El ser y la apariencia
El ser y la apariencia
(1965-1968)
I
El camino del ser hacia el no ser lleva siempre al ser.
El camino del no ser al ser lleva siempre al no ser.
¿Es necesario, entonces, el conocimiento?
He aquí nuestro señorío:
el Universo fluye hacia la oscuridad,
la realidad siempre concluye y recomienza,
y extiende el desierto su vasto ciclo.
Eternidad, ¿éste es tu rostro?
Alguien nos llama,
vamos hacia el centro de lo complejo.
¿Quién pregunta por el reino anterior?
II
Las cosas cambian para no morir,
crecen hacia la forma,
hacia el límite donde esperan salvación.
¿Quién concilia el sueño junto a la finitud?
La luz oculta cada día la verdad del mundo,
nace, renace la apariencia,
y nuestra condición, toda nuestra esperanza,
solamente es vivir.
No, lo finito no puede deliberar sobre lo infinito,
pero el pensamiento frecuenta secretamente su camino
y la unidad nos abrasa, nos destruye, nos salva.
¿No nos absolverá la contradicción?
III
Los carros avanzan sobre las islas. El bronce
destella en los arneses, incendia
el ojo de la furia. Hábilmente
rompen escudos, estalla
el relámpago
y el humo crece desde las tiendas hacia los velámenes.
La batalla no tiene fin.
El día revelará nuestros nombres
y la noche nos detendrá para reconocernos.
Al alba, volveremos a partir.
¿Quién de ti y de mí guardará memoria?
El rocío resbala sobre el fulgor de las cabalgaduras.
Los pájaros llevan en sus alas el calor de las piedras.
Esperaremos el sol.
IV
La luz abre sus frutos a la inmutabilidad
y lejos del nacimiento y la modificación,
dueños del lenguaje secreto, al fin pertenecemos.
Hay un camino que no tiene término
y otro por el que siempre se regresa,
hasta que el día nos apaga,
hasta que el sueño desciende sobre los muros.
En el verano, cuando hombres y animales buscan la sombra de los árboles
y los médanos se extienden hacia el mar azul,
nosotros tenemos que morir, ávidos todavía de humildes formas de felicidad.
No haya inquietud: de toda muerte crece un fulgor,
necesidad de la justicia,
y clara es la noche para los muertos, oscura para los vivos.
¡Follaje del relámpago, mirada que cruza el resplandor!
El árbol ha renacido; su poder está en la rendición.
Que esta muerte con nosotros transcurra
y también mañana un verdor nos rescate,
nos acostumbremos a morir.
¿Dónde está la realidad? ¿Dónde la apariencia?
Alguien va a nacer. Solitario
el canto detiénese en la estrella.
V
El camino abierto en el bosque lleva a todas partes.
¿Por qué no somos dirección,
propiedad sobre la que el tiempo se derrama,
no solamente esta tristeza de lo posible?
La libertad y el sueño se parecen
y diariamente despedimos lo imposible
para recuperarlo cada noche junto al río de las estrellas.
La piedra ha muerto para siempre,
el fuego sobrevive nuestras invenciones,
y sólo la mirada ilumina la espesura.
Nuestra es la promesa, la esperanza del ímpetu.
VI
Hacia la noche, donde nacen las constelaciones,
en un pequeño sitio del espacio,
crecíamos y moríamos los habitantes del esplendor.
Los continentes sobresalían de las aguas,
se extendían como pesados mamíferos
con su corazón lleno de pájaros multicolores,
de insectos que brotaban desde los orificios de la tierra;
de caballos esbeltos que huían de los relámpagos;
de reptiles que serpenteaban entre las rocas
y bajaban a desovar junto al mar.
El día iluminaba la costumbre de nacer y de morir,
descendía sobre los estuarios,
la curva de las bahías,
los valles, los delfines y los géyseres,
los hielos a la deriva,
las estalactitas, el oro y las esmeraldas,
las piedras que cayeron de los astros,
el viento tórrido de los trópicos, las dunas, el terrible siroco,
las ánforas tendidas a la ribera de los afluentes.
¿Crujen aún nuestras piedras en la oscuridad?
¿Pasan las nubes sobre los cauces llenos de muertos y de sueños?
Sobreviviremos al aire, a la luz,
las cosas serán de nuevo designadas,
y sedientos de la orilla secreta
seguiremos el éxodo al Este de la noche.