

Presentamos tres textos claves del reconocido poeta y traductor mexicano.
Rubén Bonifaz Nuño
CUANDO DUERMO
Cuando duermo –lejos-, cuando la carne
no es más que una costra débil de niebla
sobre los endebles huesos,
y atrás de los dientes enmudece
contra el paladar la lengua, temblando;
cuando todo es blando y sin forma, espeso
-tal como si el sueño viniera
por los secretísimos caminos
que ha de recorrer la muerte algún día-,
siento que me llamas, y en tu boca
llega la canción que cantaste a oscuras
una vez, delante de mí.
Cantabas.
Y yo que te escucho paso en silencio.
Lloro encadenado al sueño triste
como al pie del mástil solo de un barco.
CUANDO COSES TU ROPA
Cuando coses tu ropa,
cuando en tu casa bordas, inclinándote
muy adentro de ti, mientras la plancha
se calienta en la mesa,
y parece que solo te preocupas
por el color de un hilo, por el grueso
de una aguja ¿en qué piensas? ¿qué invisibles
presencias te recorren, que te devuelven,
más que nunca, intocable?
Como una lumbre quieta
tu corazón se enciende y te acompaña,
y hace que el mundo necesite
de las cosas que haces.
Mi voluntad, mi sangre, mis deseos
comienzan hoy a darse cuenta:
en todo lo que haces, se descubre
un secreto, se aclara una respuesta,
una sombra se explica.
Qué simple he sido, amiga: yo pensaba,
antes de amarte, que te conocía.
No era verdad. Comprendo. Antes de amarte
ni siquiera te vi; no vi siquiera
lo que estaba en mis ojos: que tenías
una luz y un dolor, y una belleza
que no era de este mundo.
Y porque lo comprendo, porque sufro,
porque estoy solo, y vives, dócilmente,
hoy aprendo a mirarte, a estar contigo;
a saber deslumbrarme,
crédulo, humilde, abierto, ante el milagro
de mirarte subir una escalera
o cruzar una calle.
TIGRE LA SED
Tigre la sed, en llamas, me despierta;
Hambre mi corazón. Y el rostro
de las cosas me observa; el medio rostro
de lo que va naciendo: mi morada.
El naciente en la noche,
el rostro para el día de mi rostro.
Rojo contra mis huesos, con el número
de pasos ya contado.
Privado ya del tiempo desde ahora.
Se dice aquí, se afirma, aquí se habla,
aquí se duerme en compañía;
ni un paso más allá me pertenece.
Y desato mi lengua y mis orejas
abro, y aclaro el quicial de mis ojos,
y el nombre que ensayaron mis abuelos
recuerdo, y recompongo
mi linaje de voces más lejano.
Nube de humo en mi cabeza,
ánimas torturadas, divisoria
culebra, hielo de la espada;
lazo de mis palabras por la calle.
Aquí te nombro hermano, como esposa
te adorno aquí, como a mi madre
y mi padre te llamo, te preservo
como ciudad rendida en la abundancia.
Sólo mientras vivimos merecemos,
sólo mientras estamos, mientras somos,
al menos, alguien que ha nacido.
Y logramos, mirándonos,
el portal de entrar juntos, y la puerta
de la casa que hacemos perdurable.
Y la llave.
No hablaba todavía, y lo que pido
estaba ya en tu mano.
Toda mi gloria en esta llave tuya
que lleva a tu presencia; todo
mi deleite, ceñirte en lo que nombro;
a tu fe convertido, y conciliado
en lo que acaso es verdadero.
Aquí tan solamente, y un instante.
Ya sin poder cambiarse, ya tendida
quedó mi raya, desde el alba
en que vengo a ser hombre.
Un instante no más para encontrarte.