Pier Paolo Pasolini

Cercana a los ojos

 

 

(Versión al español de Hugo Gutiérrez Vega)

 

 

 

 

Cercana a los ojos

 

Cercana a los ojos y a los cabellos sueltos

sobre la frente, tú, pequeña luz,

absorta enrojeces mis papeles.

De adolescente ardía hasta el anochecer

junto a tu demacrada claridad, y eran extraños

los rumores del viento y el canto de los grillos

solitarios.

Entonces en las estancias sin memoria

dormían los parientes, y mi hermano,

tras un delgado muro, estaba inmóvil.

Ahora tú, luz rojiza, no nos dices en dónde está

y, sin embargo, iluminas y suspira

el grillo en los campos desiertos;

mi madre se peina ante el espejo,

con un gesto tan antiguo como tu luz,

y piensa en aquel hijo ya sin vida.

 

 

 

 

El llanto de la excavadora
(Segunda parte)

 

Pobre como un gato del Coliseo,

vivía en una barriada hecha de cal

y tolvaneras, alejada de la ciudad

 

y del campo. Viajaba cada día

en un autobús agonizante

y la ida y el retorno

 

eran un calvario de sudores y de ansias.

Largas caminatas bajo la ardiente calígine,

largos crepúsculos frente a los papeles

 

amontonados en la mesa, entre calles de fango,

bardas, casuchas cubiertas de cal

y sus cimientos, con trapos por puertas…

 

Pasaban el vendedor de aceitunas y el ropavejero

que venían de cualquier otra barriada,

con su polvosa mercadería parecida

 

a cosa robada, y con la cara cruel

de los jóvenes envejecidos por el vicio,

de los hijos de madre de dura y hambrienta.

 

Renovado por el mundo nuevo, libre,

un resplandor, un hálito,

que no puedo describir, daba a la realidad

 

humilde y sucia, confusa e inmensa,

que hormigueaba en la barriada meridional,

un sentido de serena piedad.

 

Había en mí una alma que no era sólo mía,

una pequeña alma crecía en aquel mundo del

confinamiento,

nutrida de la alegría

 

del que ama, aunque no sea amado.

Todo lo iluminaba este amor,

si bien adolescente, heroico

 

y madurado por la experiencia

nacida a los pies de la historia.

Estaba en el centro del mundo en aquel mundo

 

de barriadas tristes, beduinas,

de amarillentas planicies arrasadas

por un infatigable viento

 

que venía del cálido mar de Fiumicino

o de los campos donde se perdía

la ciudad entre tugurios; en aquel mundo

 

extrañamente dominado por la cárcel,

el cuadrado espectro amarillento

en la amarillenta calígine,

 

horadado por filas iguales

de ventanas obstruidas, erguido entre los campos

y los adormecidos caseríos.

 

Los cantores y el polvo que el vientecillo

ciego hacía volar,

las pobres voces sin eco

 

de mujerucas venidas de los Montes

Sabinos, del Adriático y aquí

acampadas con sus enjambres

 

de chiquillos duros y enfermizos,

estridentes, con sus camisetas raídas

y sus grises, astrosos calzoncillos;

 

los soles africanos, las agitadas lluvias

que convertían las calles en torrentes de fango,

los autobuses en la estación

 

anclados en su esquina,

entre los últimos vestigios de hierbas blanquecinas

y algún ácido, ardiente basurero;

 

era el centro del mundo, como era

el centro de mi historia aquel amor

por todo eso; y en esa

 

madurez que, por recién nacida,

era aún amorosa, el porvenir

se presentaba claro, ¡era claro!

 

Aquel barrio desnudo bajo el viento,

no romano, no meridional,

no de trabajadores, era la vida

 

bajo su luz más actual;

vida, y luz de la vida, plena

en el caos subproletario

 

descrito en el burdo periódico

de nuestra célula; era

la nota roja del vespertino; el hueso

 

de la pura existencia cotidiana,

real por ser tan cercana,

absoluta por ser

al fin tan miserablemente humana.

Pier Paolo Pasolini Nació en Bolonia en 1922 y murió en Ostia en 1975. Es uno de los autores más reconocidos del Novecento italiano así como uno de ... LEER MÁS DEL AUTOR