Formas del tiempo
(Traducción al español de Manuel González Rincón)
–Padre –le digo con cautela. No sabía cómo se lo tomaría,
no fuera yo a estropear el mejor momento de asueto
que nunca pasé con mi padre. No congeniábamos mucho,
mientras que ahora, siendo ya de la misma edad,
¡qué a gusto jugábamos, como dos niños pequeños!
–Padre –le digo. ¿Sabe usted que está muerto?
–Sí, Kostas –me dice, algo entristecido o molesto
porque me hubiera dado cuenta–. Lo sé.
Después sonrió, obviando mi presencia.
–Pero no me empieces ahora con las consabidas preguntas…
–De acuerdo –le digo yo. Y nos despertamos los dos contentos.
…
Cada uno en su mundo.
La ventana al norte
Voy a abrir la ventana al norte
en la casa vieja,
la desvencijada que no acaba de derrumbarse.
Y me quedaré allí inmóvil,
mirando a los abuelos en las paredes,
mirando los arcones y los inútiles encajes
y el armario a medio abrir con la ropa de los muertos,
mirando los patios yermos.
Allí me quedaré de pie,
y seré viejo y niño a la vez.
Los muertos se sientan en sus patios en silencio,
conversan entre ellos, limpian las yerbas
y rebuscan algo en las despensas.
Solo que no puedes verles nunca los ojos
porque eso querría decir que estás muerto.
En los patios crecen lentas higueras solitarias.
Tras los muros hay un mar.
Las infinitas negras aguas del tiempo.
Mi madre
¿Quién soy yo? –le preguntaba.
Un hombre bueno –me decía.
No me conocía,
quería irse –decía– a su casa,
desconocida de todos
en un mundo lleno de personas desconocidas.
Completamente sola.
Al cabo murió, en silencio, como mueren
los viejos.
No me entristecí, no sé por qué. Eran tantos
los trámites que había que cumplimentar.
La enterramos, pasaron unos días,
y una noche soñé con ella,
con su vida entera que como un río
salía de su cauce
y fluía inútil en el vacío.
Un río de tristeza y amor inútil
que me envolvió, en mi sueño,
entre sus negras aguas.
Y di un grito para despertarme,
para agarrarme a algún sitio
y salvarme.
Las uvas
Anoche soñé con mi tumba.
Estaba bajo un árbol, un olivo apartado
en un verdísimo campo a cierta altura.
Y al olivo se le había encaramado la cepa de una viña
y lucía cargado de uvas.
Y bajo el árbol estaba la lápida,
y en la lápida un enjundioso verso.
Se tenía una sensación
como cuando cantan muchachas en algún lugar a lo lejos
como si todo fuera muy frágil
–como el azúcar que cristalizó en una vieja bebida dulce–
e inaccesible,
sumergido en su propio tiempo
como las fotografías en las casas antiguas,
pero también de una dulce vanidad
por nuestros inútiles intentos de comprender,
como el niño a la orilla del mar, de San Agustín.
Y todo esto, como tantas otras cosas,
estaba escrito en el verso de la lápida
en una lengua etérea y marina
con palabras diferentes a las nuestras,
tiernas, cuyo significado no es doloroso
porque nosotros lo que hemos escrito
y lo que escribamos en nuestras lenguas
es solo carne de sacrificio,
un destrozo del sentido
porque nuestras palabras son duras.
¿Cómo habla el viento entre las cañas?
Esas palabras necesitamos.
…
Pero no debemos olvidar las uvas en el olivo
con su imprevista y decisiva justificación de la belleza.
Ni a las muchachas que cantan en algún lugar a lo lejos
la dulce vanidad de todo.
Formas del tiempo
Ninguna mirada es tan insistente
como la de los muertos
desde las fotografías.
(Yanis Kiriazis)
Os veo desde la fotografía
acordaros a veces de mí
y hablarme con desconcierto
de los habitantes del cielo.
Cuando ilumina la luna
las heladas cimas
os acompaño en vuestros sueños
entre las formas del tiempo.
Cuando soplan los vientos
y fustiga la lluvia
es vuestra nostalgia
la que me arrastra de nuevo a la Tierra.
Os veo desde la fotografía
haceros mayores lentamente
en el tiempo que os viaja
sobre sus aguas oscuras.
Los promontorios del final
Si vas al norte
y atraviesas los campos de los hombres
(lo que solemos llamar la realidad)
allí donde viven las cosas cotidianas,
llegarás a los promontorios del final.
En los precipicios del grandioso derrumbe,
allí donde los campos
–sin que los hombres se aperciban–
la altiplanicie
se desploma incesante sobre el antiguo mar
lenta e imprevisiblemente
renovando sus precipicios.
Han quedado también islas en alta mar
que se alejan
de la costa que se desploma
y en las islas hay hombres solitarios,
los guardianes del tiempo
(encienden de noche la lámpara
que huele a petróleo
mientras oyen los lejanos derrumbes
que los alejan un poco más del campo de los hombres,
de esos hombres que ignoran
la existencia de estos lugares,
tranquilos
con la libertad de la derrota absoluta
y la infinita seguridad de los muertos).
En los promontorios del final
donde se precipitan los cuerpos
donde se precipita el tiempo
donde se precipitan los significados.
Los vientos de la soledad
En las aulas vacías soplan los vientos de la soledad.
Las aguas pudrieron la biblioteca.
Algunos papeles cayeron al suelo.
En algún lugar cercano debe de rondar.
Incluso puede que duerma aquí por las noches.
Aquí lo abandoné
cuando tenía diez años.
No creo que me guarde ya rencor.
Al principio lloraba mucho
y me llamaba
sin creerse que lo hubiera abandonado.
Después solo lloraba.
Dejó de llamarme.
Para no culparme
me olvidó.
Después dejó de llorar.
Si nos encontramos
en la escuela solitaria
o en el río bajo los plátanos
y me mira a los ojos,
por un segundo, un brevísimo segundo,
hará un inseguro ademán
de abrazarme
quizá incluso se refleje en su mirada
un amor increíble.
Y desaparecerá.
Seguro que duerme aquí por las noches.
Entre los papeles esparcidos por el suelo
encontré su certificado de estudios.
Con mi nombre.
El horror
A Yorgos Seferis
El viento que sopla estos días
nos trae de algún lugar, como hojarasca,
deseos ya muertos.
Destapa el horror.
Sopla bajo los inhóspitos puentes invernales
con la muerte instantánea de la expectativa
en la mirada del vagabundo solitario
que te vira la espalda desde debajo el puente
a ti y al viento helado.
Quién sabe qué esperaba al oír tus pasos
(quién sabe quién creyó que era el que llegaba).
[Pero aquí ha de interrumpirse el poema
porque si continúa dará de bruces con el horror,
aquel horror que no soporto describirte
y que tú no soportas escuchar
del que dice el Poeta
que «no se habla porque está vivo
porque es taciturno y avanza;
un dolor que rezuma, de día y durante el sueño[1],
el doloroso recuerdo de nuestras desgracias»].
Quedémonos pues aquí, en las dispersas imágenes
del vagabundo bajo el puente inhóspito e indiferente,
o en la roca solitaria que hace añicos la fría ola
en las orillas invernales
que se reconcomen por los desenfrenos del estío,
o en las ancianas madres que cuando mueren
como niños desprotegidos
llevándose sus recuerdos vivos sobre ti
te dejan desnudo en el helado olvido,
pero nunca en los jóvenes que encuentran muertos
tapados con una manta en las frías habitaciones de estudiantes
al forzar las puertas.
Nunca, nunca en la sonrisa, la última sonrisa, y en la mirada
la mirada que recuerdas haber dejado atrás
como atrás dejaste a aquel vagabundo
allí bajo el puente, cuando el viento
nos trae hojas secas
deseos ya muertos.
Noche extraña
Noche extraña.
Se prosternan los árboles
ante vientos inesperados.
Un perro rojo
atropellado
yace apacible
en el borde de la calle.
Pude ver desde el coche
un mechón de su lomo
acariciado por el viento
que agitaba los árboles.
Yace apacible
vuelto de lado
virado el lomo al tumulto de la calle
como un niño cansado de ser regañado
todo el día
que se abandonó
al regazo de su madre la tierra
y a la caricia del viento
con confianza y olvido
como todos los muertos.
Dejé mi alma libre
llevada por el viento
hacia cimas inquietantes
que bate la luna
y hacia lo hondo del mar
sobre unas rocas
que baten las olas
sin piedad.
Y vi la tierra virando en el increíble caos
con todos nosotros necios, perturbados
címbalos resonantes
tan desprevenidos
mientras viramos la espalda al mundo bullicioso
y nos abandonamos finalmente
con confianza y olvido
a la caricia del viento
y a las manos de Dios.
Epílogo
Si hemos de decir alguna cosa,
este es el momento de hablar.
Ahora que respiramos libres
de las pasiones que nos ahogaban
en los mares y en las playas
que rondamos tantos años.
Si hemos de decir alguna cosa,
ahora podríamos hablar
antes de marcharnos a las cimas
y que nos ensarte la luna
mudos a la roca.
Quienes nos zafamos de la lascivia y de la muerte
de las lunas y de los vientos
plañimos muertos.
Cuando los encontramos alguna vez
en los vacíos bancales de arena
no nos ven.
Perdidos en el tiempo y en el olvido
como madera de deriva
que los torbellinos del tiempo depositan
en las inquietantes orillas del recuerdo.
[Era tan difícil comprender
que volar y caer son cosas diferentes].
(Las noches que sueñas que puedes volar
sobre aquellos promontorios marinos
que creas de luz de luna y de libertad
quiero que medites esto en profundidad
que volar y caer son cosas diferentes).
La muerte nos enseñó el tiempo,
nos enseñó
el río de las formas
con sus orillas misteriosas
y sus costas de insoportable belleza.
La belleza nos enseñó la soledad,
la canción de los vientos en lugares solitarios
y la flor de la luna
donde el mañana y el ayer son la misma cosa.
El tiempo nos enseñó la compasión.
Qué otra cosa se puede sentir
por las Formas que son creadas para ir a perderse
en el río de los siglos
como los rostros en las nubes
que empujan los vientos.
Descubrimos en los acantilados
las riberas del tiempo
y en los istmos inaccesibles
las orillas
del mar eterno.
De repente
comenzamos a vivir la vida
como si fuera ya un recuerdo
grabado en la memoria
de los que seguirán viviendo,
de aquellos a los que amamos
y esto es a la vez libertad
y herida.
Llegamos a amar la Verdad.
Porque nosotros no somos poetas,
simplemente ocultamos en lugar destacado
–como el violín que se oye en el barranco–
las palabras que queremos que oigas.
Erótico
Cuando sueño con remotos promontorios
y con precipicios que se desploman sin tregua en el mar
como el tiempo,
tú sueñas con viajes a ciudades otoñales
y viejos hoteles con pesadas cortinas y bebidas calientes.
Y cuando sueño con la noche salvaje en los desiertos
y con la lluvia que bate las rocas inmortales
y con los refugios de los pastores con la lumbre recién encendida
sobre los viejos rescoldos,
tú sueñas con fiestas alegres, de Navidad
y con habitaciones calientes adornadas y llenas de voces.
En todos tus sueños te acompaño, aunque esté ausente,
en todos mis sueños estoy solo y te llevo de la mano.
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Nota
1.Hace referencia al poema “Última estación”, de Yorgos Seferis, que cierra su colección Diario de a bordo II, en el que el poeta inserta una cita parcialmente modificada del verso 179 del Agamenón de Esquilo, referida al dolor de la memoria espoleada, “el dolor que destila la memoria de nuestras desgracias ante el corazón sin permitirnos el sueño haciéndonos entrar en razón involuntariamente”.