Arnoldo Díaz Wong

Náufrago nace el hombre, náufrago muere

 

 

 

 

Sobre un país cualquiera tristemente

 

I

 

No ha sido fácil cargar a cuestas con tanta historia.

Manuel O. Nieto

 

Escucha cómo viene doliendo el hombre al alba

con sus pasos de muerte y solemnes silencios.

Hay tantas noches

pero hay siempre distancias perennes en mi oído.

Mi corazón revive una frontera de amor, que se detiene

como un ciego ante el mundo.

 

Aquí están las congojas, son Diosas fatigadas

que eternamente buscan las horas del poeta

para abismar sus sueños.

 

Yo soy el mismo cantor.

Me llaman y soy testigo

por mi nombre,

y me duele la arena de los años

vertida ante la muerte de mi madre.

 

Me persigo constantemente

con el viento,

acusándome

en un quebranto de mí mismo.

 

 

II

 

Sobre un País cualquiera, tristemente

la vida cruza siempre preguntando

con su arrobado péndulo de muertes.

Desdibujado el sueño se remonta

por calendarios rotos.

 

El tiempo en cada sombra

y en la divina copa de la mesa

que en maternal amor dejó mi madre.

 

Con pie de prosa llega el ángel de la lluvia

bajo la noche siento la fuerza de sus golpes.

Allí es donde la vida repara en un sollozo.

 

Un sendero común conmueve al hombre

y lo triza por siempre en un minuto.

Estamos sin relevo en este potro,

y en la vida buscamos el color del durazno

cada vez que nos quiebra la fiebre de encontrarnos.

 

Y queremos servir la sangre en cada vena

buscando en cada médico la vida,

que siempre se nos va de tal manera

en algodones, yodos y suturas.

 

Jugamos con prudencia al silencio del asno,

en viejas tentativas de un sueño que soñamos

y en los plenos poderes de un Dios tan solitario

que existe en tres personas, herido en el costado

para salvar al hombre del Mundo y su contagio.

 

A duras penas grito, rodeado de sarcasmos

y al monto del vacío me lleno de congojas.

Reclino con mis huesos en habitual monólogo

que violenta mi sangre.

 

 

 

 

Almirante sediento de vinos y de fábulas

 

Te conmino al velamen de tu urgencia

ya desnuda y sensible

con las aletas grises del arcano

cuando las funerales sombras llevan

a un Ulises buscando a la lejana Ítaca.

 

Ah, cuántas veces fui capitán de unos cielos

y almirante sediento de vinos y de fábulas.

 

El amor vive tus plenos resplandores

a la llamada lánguida de tu ocarina triste

al pie de las estrellas

con delfines conciertos de entregas inmediatas.

 

Arde mi corazón en la proa del instante

en los atajamares de la sangre,

y escribo en las corrientes de tu sueño

la quimera inmortal de los pingüinos.

 

 

 

 

A qué jardín del mundo te remito

 

A qué jardín del mundo te remito

este crujir de arena atormentada?

Ah, cielo temeroso, sangre airada

que en sueño sumergido me permito.

 

Estréchame si quieres con tu grito:

vigilia en pie de muerte rematada,

y niégame en tu luz desmoronada

este dolido yo de estar marchito.

 

Vigilia sin orillas hoy me entrego

y enciendo con mis sangres tus fronteras.

De ardor y desventura voy callado.

 

Condéname en tus dudas, que estoy ciego,

y esquiva con tu empeño mis banderas:

Pegaso de mi cielo desclavado.

 

 

 

 

Sin el ademán de Dios

 

“Que no esté con llanto
deshaciendo
hasta acabar la vida”
Garcilaso de la Vega

 

I

 

Oh, cardo adolescente, en mis dolores:

argonautas de nortes imposibles,

gondoleros de penas inflexibles,

batiendo sombras, despertando flores.

 

Cielo amargo cargado de rencores

mientras muero entre escollos impasibles,

herido en el desdén de las sensibles

fuerzas de tu pavor en mis pavores.

 

Sin nada, sin temor en tus ramales

cuando tengo mi quiero desprendido

y entregado a mis ciegos ventanales.

 

Donde espero latir en tu regazo

y despertar arando mi gemido

sin lucha y con amor, armado el brazo.

 

 

II

 

Conduciendo el azul de la armonía

la tristeza en tu rostro se serena

y detiene la sangre que me ordena

el temor de mi triste compañía.

 

Cómo duele dejar la fantasía

cargada por la luz que da la arena

donde se duerme Dios en la terrena

conjugación de la sabiduría.

 

Que vago azul para sembrar olvido

ah, tejedora del amor tejido

conmovida pasión de enamorada.

 

En tu claro vendaje de pureza

aquí para mi amor, tu amor empieza

desde el cansado Mundo condenado.

 

 

III

 

A un limbo de tu luz y dominado

hasta el latir de tu temor de estrella

sangra de ayer mi corazón por ella

desanda al tiempo el palpitar cansado.

 

A un garfio de tu voz y condenado

donde ciega la muerte su querella,

espejo que al morir dejó en su bella

la vaga obstinación de lo deseado.

 

Detrás de las palabras iniciales

donde gana la abeja sus rosales

donde no pueda terminar vencido.

 

Donde falta el sostén de tu ternura

y el Otelo ritual de mi locura

será mi muerte un grito desmedido.

 

 

IV

 

Firme temblor del ansia del paisaje.

Ah, gladiador del arco que doblega

a la luz imprecisa que congrega

la marcha azul del mar sobre su oleaje.

 

Ah, marítima furia del cordaje

descendiendo al perfil del ancla ciega

obediente en el mástil que restriega

la pasión, delas velas en ramaje.

 

A ti, lienzo del mar, rumbo distante,

derrochadora fuerza que constante

desvanece la línea de la altura.

 

El libro de la noche en ti se asila

en gracia del vaivén que arma y destila

la cadencia del mar en su armadura.

 

 

V

 

Quiero: pura ficción estremecida

elevar de mi voz toda su vena

y pensar con la vida que me ordena

este alcance de muerte convenida.

 

Quiero: por siempre lágrima entendida

el diseño más fiel de la sirena,

concediendo por siempre de la arena

la fresca voz del mar ya discernida.

 

Quiero: cielo lejano y perdurable

salir a flote siempre inalterable

con las voces de Dios en mi aventura.

 

Quiero: luchar al sol cuando te ofende

la visión del dolor que no defiende

la imagen primordial de tu escultura.

 

Arnoldo Díaz Wong (1932-1991). Fue un poeta y periodista chiricano. Utilizó el seudónimo Medoro Lagos. Ganó en tres ocasiones el Premio Ricardo Miró de Po ... LEER MÁS DEL AUTOR