El pastor resplandeciente
(Mención de Honor del Premio Mundial de Poesía Mística Fernando Rielo 2019)
Por Jaime Siles
“Al soneto con mi alma” se titulaba el primero de los Sonetos espirituales de Juan Ramón Jiménez, que concluía en estos dos tercetos: En ti, soneto, forma, esta ansia pura/copia, como en un agua remansada, / todas sus inmortales maravillas. / La claridad sin fin de su hermosura / es, cual cielo de fuente, ilimitada/en la limitación de tus orillas. Para Javier Alvarado —como para Juan Ramón— el soneto es forma, pero, sobre todo, cauce, camino, vía que permite al poeta entrar en contacto no con las limitaciones de la estrofa sino con la infinitud de Dios: via crucis en la que el dolor conduce a la alegría. De ahí que haya que leer este libro no como un mero conjunto de poemas, sino en su compacta organicidad, patente ya en su “Pórtico”, en el que se nos dice lo que cada uno de estos sonetos en sí mismo va a ser: un signo de luz recién creada 10 y un salmo de gracia concedida a la fe de su autor, que es lo que recorre el libro articulando en él lo que uno de sus versos unívocamente llama rimas de fe. Y otro dato: su título, El pastor resplandeciente, aparece ya en el último verso del soneto XVII, que adelanta ya el verso final de soneto LXXIX, que lo cierra, dejando claro la solidez de su andamiaje, que no responde a una voluntad artística de cuño simbolista sino a una profunda convicción, que no es otra que la de su visión cristiana del mundo. Libro, pues, de creencia y de vivencia y de celebración de ambas a la vez, centrado en la figura del pastor que conoce las rutas y el sendero y coloca este canto en su saliva y lo convierte continuamente en escena porque es el perdón lo que se escenifica aquí. Alvarado —siguiendo el anagrama que los primitivos cristianos usaron como símbolo— se autodenomina pez de Dios y nada como los místicos en las aguas de la divinidad y —como Horacio, que se sentía lleno de Dioniso— se ve a sí mismo ebrio de Dios. Lo que le lleva a vivir la oración como si fuera un llanto escuchado. Hay aquí tanta mística como conceptismo, cuando no una precisa conjunción de ambos, como se advierte en las peculiaridades de su lengua, en las que hay resonancias de santa Teresa, de san Juan de la Cruz, de Quevedo, de Lope, de Unamuno y de poetas españoles e hispanoamericanos que, junto con las citas del Antiguo y del Nuevo Testamento, configuran las claves del libro, que, como en los sonetos XVIII y XIX, mezcla a partes iguales revelación y 11 claridad extraña. Algunas construcciones sintácticas —como la del primer verso del soneto XXII: Morir podrá…—, que procede directamente de Quevedo, quien a su vez lo toma de Tácito o de Séneca. Otras —como Siempre en mi boca, a ti, yo voy sediento— proceden de la mística, como sus sencillos pero significativos símiles suelen valerse de una objetivación visual reforzada por la fuerza plástica del segundo término de la comparación: Como el fruto que pende de la rama, /como el canto del pájaro que empieza. La poesía de Javier Alvarado es una eucaristía de infinito en la que se invoca a Dios desde el soneto, pero de manera participativa y nunca solipsista: A todas estas voces, dale coro, /a todas estas rimas, dale tregua. Para él la lengua poética es el habla con Dios. Por eso puede decir: Muda la voz y mudas las visiones. Por eso busca tanto el perdón de Dios como su mensaje, que no es otro que la salvación: subrayo en cursiva estos términos propios de su léxico porque dan clara cuenta de su cosmovisión. Otra singularidad de este libro son sus sonetos narrativos: los llamo así porque —como en la prosa de Gabriel Miró— se representan en ellos figuras —como María Magdalena, el centurión, Lázaro, el ciego de Jericó y el de Betsaida, el episodio de los diez leprosos, la suegra de Pedro etc.— en las que se tematiza la curación por obra del milagro. Lo que, a modo de monólogo dramático, hace decir a una mujer: Es mi fe la que escucho y la que canto. Esa fe —lo he dicho ya— está en la base de todo el libro y constituye su arquitectura y su soporte. Sonetos, pues, a lo divino, por su finalidad e inspiración, nos arrastran en su ritmo y musicalidad: nos transportan a lo que su autor —en el soneto LIV— llama poesía de Dios, que es la que —como aquí— enlaza el verso con el salmo y los identifica. El sermo piscatorius y la condición de los apóstoles le lleva —en el soneto LV— a dar nueva vida a un hecho narrado por Lucas (5,6), que él reconfigura así: De día solo el sol cayó en las redes. Lo que es un acierto por su concisión y que desarrolla así en sus tercetos: Pesca mi llanto, pesca los dolores, /pesca la muerte,/ péscanos la vida,/ Pesca la exactitud con que me nombres./ Pesca la sombra, pesca los fulgores,/Péscame el alma a ti, ya prometida./ Llévame contigo a pescar los hombres. Toda la segunda parte del libro es un testimonio de fe teatralizado: liricizado casi a la manera de Alonso Ledesma. Y la tercera es una elevación al cubo de todo lo anterior, como puede verse en este verso (Y rielarás para siempre en mi escritura) y todavía más en estos tercetos: Porque si tú me llamas, soy el ave;/ porque si tú me miras, soy las alas; /porque si tú me tocas soy la pluma /que resguarda el color, también la clave/ de todo lo que escoges y señalas/ en cadencia fraterna y siempre suma. La relación lingüística con Dios —patente en todo el libro— llega aquí a su culmen: no es un Dios creado por la palabra de un hombre sino que es este el que es creado por la palabra de Dios. El lenguaje sirve aquí de mediador 12 entre ambos. Y este es uno de los rasgos distintivos del libro de este joven poeta religioso que ha sabido rimar su finito ritmo con el ritmo infinito de Dios en una composición como el soneto, hijo del epigrama y tan amplio y rico en posibilidades líricas como él. Jaime Siles 14 de febrero de 2020.
14 de febrero de 2020
Sonetos de El Pastor Resplandeciente
Y les habló muchas cosas por parábolas, diciendo:
He aquí, el sembrador salió a sembrar.
Mateo 13 3
PÓRTICO
Este signo, tan creador y humano
es en mi boca, luz recién nacida;
es fuego y rama, fruta consabida
y baja desde el cielo hasta mi mano.
Escribir la semilla y su desgrano;
vertical tu parábola vertida,
este salmo de gracia concedida
va llenando el talego: grano a grano.
Gozo y llamo la luz en desmesura.
Tu palabra de Dios en mí resuena
y tu ímpetu me vuelve gran locuelo.
Me invades con tu paz y tu frescura;
el fulgor de tu cielo a mí me llena
y mis versos te dejo en arroyuelo.
Dios me llega en la voz y en el acento.
Evaristo Ribera Chevremont
I
En medio de la vida, en selva oscura
invocándote, Dios, en mi desvelo;
se me hace ya lejano todo el cielo,
lo terreno es en mí, la desventura.
Irrádiame este ser y su natura
con sermones de fuego y terciopelo.
Van mis rimas de fe con mi deshielo,
un cántico se expande en la llanura.
Exhausto del pecado y los aromas;
te invoco desde abajo donde subes.
Es tuya la sed que me reaviva.
Espléndeme tus gracias y palomas.
La corona del círculo de nubes.
Soy criatura que tiembla de estar viva.
¡Toda la tierra tuya sabrá que perdonaste¡
Gabriela Mistral
II
Soy criatura que tiembla de estar viva
entre los brazos tibios del Cordero,
una oveja agrupada en ventisquero,
el salmo que ya nutre y ya se activa.
La fogata del tiempo que se aviva
el hermoso pastor que es consejero,
que conoce las rutas y el sendero
que coloca este canto en mi saliva.
¿A dónde va mi cuerpo cuando empieza
este goce estival por todo el mundo?
¿A dónde voy con él en su cadena?
Tirito por su pecho con terneza;
me aferro a su dolor meditabundo.
Es su perdón, lo hermoso de esta escena.
Y Jesús lo reprendió y el demonio salió de él, y el muchacho quedó curado desde aquel momento. Entonces los discípulos, llegándose a Jesús en privado, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo? Y Él les dijo*: Por vuestra poca fe; porque en verdad os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Pásate de aquí allá”, y se pasará; y nada os será imposible.
Mateo 17 19-20
XXX
Epilepsia de agua y también del fuego;
los brazos que se ciñen amorosos
ante el hombre con ojos tan llorosos
tiritando de súplica y de ruego.
Persistencia del alma con su juego;
padre e hijo del cielo temerosos,
añorando los vientos saludosos
y la rosa de lluvia en tragafuego.
“-Ya no lo pudieron sanar y clamo
por tu poder de tránsito divino
que será por nosotros la torcaza.”
Y sembró más la fe con su reclamo,
la sanación del niño que devino
en montaña y en grano de mostaza.
Jesús iba con ellos, pero cuando ya no estaba lejos de la casa, el centurión envió a unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes más, porque no soy digno de que entres bajo mi techo; por eso ni siquiera me consideré digno de ir a ti, tan sólo di la palabra y mi siervo será sanado.
Lucas 7 6-7
XXXIII
Yo soy centurión y también creyente.
Soplo sobre los trigos y la llama,
escuchando la lluvia que derrama
la ilusión por mi siervo tan ferviente.
Jesús ya predicaba por la fuente
entre la multitud que vive el drama;
un pájaro que augura de la rama
la frutecida cumbre del fulgente.
-De lejos sólo tú podrás sanarlo.
No soy digno de que entres en mi casa
ni que atravieses el sendero estrecho
y de entre todos, siempre contemplarlo
en tus ojos que al corazón arrasa;
tu divinidad cubre ya mi techo. –
A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
Marcos 2 11
XXXIV
La fe también se cuela por el techo
también por la pared y la ventana;
llueve un hombre del mundo y la fontana;
volverá a ser el grano sin su afrecho.
Va hasta Jesús, su Dios, el antepecho
con la estrofa del trigo tan serrana;
el andar lo revive en su lejana
historia para caminar sin trecho
hasta el hombre que ordena su levante
ante todos, atónitos y escribas
que dudan del perdón de los pecados.
Y levantóse aquel como el diamante
ante ese plenilunio de las cribas
dando gloria al Señor de los tejados.
Al mismo tiempo, puso las manos sobre ella, y al instante la mujer se enderezó y empezó a alabar a Dios.
Lucas 13- 13
XXXVI
Una mujer de pasos ya mortales
herida en su blasón con la joroba;
conoce ese cansancio de la escoba
se dobla al viento igual que los trigales.
Por las calles tan sacras y rurales;
es el peso del mundo con la arroba
en su fe se resiste cual caoba.
en su rastro de piedras cenizales.
El rito, la presencia de su duelo,
fervor iluminado, nunca oscuro,
dorado el caminar de la encorvada.
Esa fe que se siembra por el vuelo,
la prédica que crece en el futuro
se yergue por vivir su encrucijada.
Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo.
Juan 9 5
XL
El espejismo siembra la ceguera;
es silencio y fogata consumida,
vierte lava de cielo en cada herida,
es lamento bendito de la fiera.
Y siendo pecador yo te creyera
desde mi flaca fe resplandecida;
tú te acercas con voz robustecida
y sin mirarte, siempre te quisiera.
Porque al ciego, sin luz al nacimiento,
aquel que es mensajero de las obras
le heredan su milagro tan fecundo.
Y siempre eres pastor de mi memento
de barro y de saliva y tus maniobras
que me dice: yo soy la luz del mundo.
Y he aquí estaba delante de él un hombre hidrópico.
Entonces Jesús habló a los intérpretes de la ley y a los fariseos, diciendo: ¿Es lícito sanar en el día de reposo?
Lucas 14 2-3
XLVI
¿Es lícita la ley de aquel reposo?
¿Puede sanar al ser de hidropesía?
En la Biblia, Él, habla con poesía;
calma al león, también al temible oso.
La calma del profeta junto al foso,
la reina convertida en pleitesía
al pastor que mejora perlesía
y es todo un mar que luce cadencioso.
Es el hombre que asiente y agradece
despojarse del cepo tan hidrópico
uniéndome a su fe que yo abisagro
por esta su enseñanza que florece
en el hielo vestal que hereda el trópico,
consagrado ese día del milagro.
Siempre la claridad viene del cielo.
Claudio Rodríguez
LXXVI
Tuya la claridad que va del cielo;
la hostia que vienes Dios, para ya darte,
mi vida en penitencia y ofrendarte
la fogata besada por el hielo.
La paloma que crece y da su vuelo
que se fulgura viva para amarte.
También te amo, sereno al conquistarte;
me siembras con amor, divino suelo.
A ti rezaré, fiel a tu tormento,
pecador de este mundo aletargado
donde invoco la Biblia que promulgo
sus hombres y mujeres en portento
en el hambre y la sed, afortunado,
y en mi boca, bendito, te comulgo.