Gerardo Rodríguez Lara

La última marea borra la sombra de la higuera

(Fragmentos)

 

 

 

Hasta la lluvia corre más callada
Rainer Maria Rilke

 

Y los labios probaron la luz primera, en ausencia de palabras.

El silencio ha salido de las venas.

Eternamente la higuera con frutos como senos desnudos,

parece espuma creciendo lentamente hacia el cielo

en los huertos del sueño.

Júbilo de plumas es el tiempo su aroma vértigo de rosas,

la mirada como piedra.

El grito de los pájaros sigue colgado de las ramas del árbol

que bajo la lluvia blanda se balancea

para que finalmente todo tenga sentido.

 

*

 

El rumor que levantan mis sentidos se detiene,

guardo silencio respirando profundamente,

todo posee negro sonido.

Busco un lenguaje fiel que no sangre

cuando hable del cielo y el polvo en la lengua,

de los árboles sacudiendo sus hojas,

la calurosa luz que desborda y desborda

y del trino de las aves que ha quedado en mi cuerpo;

cuando yo afirme:

“en el patio de los míos está roto el tiempo”.

 

*

 

Quieto en un susurro y aromas antiguos,

me levanto apenas, tan tarde,

sin imponer orden y sin voz para responder.

Hablo mirando la excesiva claridad.

Nuevamente se devela en calma tensa lo deseado,

recorro ruinas como pétalos envejecidos.

Escucho lenta música de trompetas,

me envuelve el olor de yerba lluviosa,

rozan mis pies agua en migajas.

De un beso cuelga la luz,

en oleadas se repite floreciendo.

Emerge un paisaje en la niebla donde exaltado habito mi alma.

Hablo del fuego de salamandras,

de las crías de golondrinas

y piedras pacientemente cultivadas.

 

Hay ligereza, pronto el sueño será despojo

y se vendrá abajo el tiempo.

 

*

 

Por todas partes las hojas se esfuman.

 

Nada añoro, nada.

No he logrado una sola hazaña, pero tengo miles de recuerdos:

el olor del sol en el patio,

pájaros enjaulados,

la costumbre de enlodarme las manos

y llenar de gritos festivos la tarde.

Vuelvo de otra edad

al sitio en que estuve antes de ser el que ahora soy.

 

*

 

Con el polvo sin cansancio, acumulado sobre mi nombre,

mido la quietud paso a paso.

Escucho un mar cautivo.

Voy recordando las manos como pétalos

en las que apoyé la fatiga,

siento palpitar la yerba

y todavía no aprendo a tocar el cielo.

Desmenuzo la luz: historia larga que pasa de una voz a otra,

el manojo de recuerdos ajenos confundidos con los míos,

el aire que no logra tomar la forma del aire

y nunca termina de pasar.

El resplandor se olvida,

también el cristal final donde me pierdo.

Con las manos en el infinito sereno las heridas de las hojas,

la dicha sosegada,

lo que escucho desde hace tiempo,

desde lo más hondo.

Continúo sin tener lluvia,

sin conocer del azar su aroma.

Yo hablo lava en pretérito y sigo sin soñar.

 

*

 

De las ramas de la higuera tomo las mejores,

las planto en el instante anterior al despertar,

en lo traslúcido que sabe a sal.

 

Invento asombro y alegría.

De todo cuanto he visto

conservo la espuma inmensamente blanca

entre sargazos, desorden y abandono;

conservo lo que nadie guarda:

llaves lacradas, las sobras del otoño

y la nostalgia de la luz.

 

Rompo los herrajes de mi segundo alfabeto,

los pájaros ocultan su canto,

y el edén se arruina.

Todo es piedra adormecida.

 

Devuelvo las aguas hembras

a la cercanía que nunca permanece,

y al fuego la resurrección cotidiana.

Descubro el mar en las palabras:

“¿en qué lengua debo hablar?”

 

Ando en la muchedumbre, nadie se decide a pagar por mi alma.

 

Los perros muerden y lamen el asombro,

olfatean el fervor, la desventura, mi deseo.

Siento que mi primer sueño fue murmurado sin yo saberlo,

que he copulado con un ángel.

Después del coito y el trago de vino,

me descubro sin memoria,

con la voz enrojecida.

Soy digno de compasión, a partir de ahora todo es eterno.

 

*

 

El tiempo es lento, imita mi sueño

y áspera transparencia agita sus inmensas alas,

transcurre mudamente en medio de pétalos acres

y hojas que se lleva el olvido,

oprime mi cuerpo confundido con una selva.

 

Resplandece el azoro cuando todo se ha extinguido:

el musgo propenso al tacto,

la espera como serpiente lasciva

lejos encerrada en un cuarto,

el asombro del tamaño de una fiera.

 

Donde la marea me lleva a un azul más vasto,

al lodo donde se hunden los pies

y el rumor delgado que contra un muro se seca.

Destella la luz pesada como bronce,

copia mi rosto,

arremolina el aliento persiguiendo mis pasos.

 

Estoy atado a lo frágil,

cada pregunta, caricia o mirada

me separa de todo lo demás.

 

*

 

Por cada latido del corazón digo:

 

“he sido alimentado con nubes y frutos de dulzor oscuro”.

¿Qué queda, qué frase decir ahora?

 

*

 

Con la serenidad de la luz

suplo mi ausencia en los sitios de paso, en los lugares olvidados.

De una mirada a otra, de un instante a otro,

bajo el resplandor de lo que el cuerpo memoriza

se abre una flor inmensa;

todo tiene apariencia distinta

y parece sonar de una manera que desconozco.

En lo imaginario que impregna con su olor la nostalgia,

busco los gestos que he perdido,

los movimientos imprecisos de una caricia

y la marea que no dejo correr.

Temblando estoy plantado en la marisma

para contemplar el sueño que ahora es sagrado.

Me arremango la penumbra

y salgo a descubrir en la lluvia el más grande gozo.

 

*

 

Ahora que las marionetas duermen

estoy juntando recortes de periódicos

para urdir en blanco y negro un diálogo conmigo mismo:

decirme sin testigos que mi pasión son las piedras,

dibujar nubes con lápiz de niñito,

desarmar lo oceánico;

saltar la claridad hasta el canto secreto de los pájaros

y el vuelo de las abejas.

Discuto sobre la monotonía de los claveles,

las oscura redondez del asombro,

lo que me sobresalta y no sé darle nombre.

Con palabras apenas conocidas,

escuchando el fragor de las olas que espero cada día,

para probar que he existido

emprendo la rígida búsqueda de lo que va por el aire sin volver.

Agotado, como si mi interior estuviera lleno de pájaros,

entro y salgo de la claridad que recuerdo.

Una luz dorada me ilumina hacia un horizonte vertical:

Todo lo que hay ahí me pertenece.

 

*

 

En lo alto, cuando el tiempo arde,

separo el cielo del horizonte.

Aún hay restos de luz en los patios,

crece el crepúsculo en los ojos

y ni los pájaros lo creen.

Embravece la fortuna,

el mar escarchándose abre sus abismos

y yo lanzando frutos negros entre sus olas.

A lo lejos, donde el frío no me concierne,

como si fuera un barco la serenidad se recuesta sobre la niebla.

Hacia el norte vuelven a crecer los ríos devorando travesías

y nadie regresa.

He perdido la ruta,

me tiendo frente a la caverna oscura,

los árboles se agitan

y escucho al viento en los abismos,

contemplo la hierba del último paisaje.

La memoria de otros días liba, lame miel en mi boca.

Nada temo, nada espero;

sólo busco tu piel.

 

*

 

No hay otra señal, otro sonido

el mar se extiende y arrulla la tierra.

Mis ojos abarcan este día que ya no conozco,

escuchando un violín bajo la curva del fuego

que a la mañana siguiente será bronce.

 

Tengo sed de lo que amo,

lo que ha estado aquí desde el principio;

aquello que me llena de gozo nace interminable.

Bebo el zumo de un sol muy oscuro,

el sabor rojísimo de amapola que se enreda en la voz

y el gotear de la lluvia más reciente,

bebo toda la ternura, la dicha que clama,

el resplandor que me embriaga.

 

Con pasión toco el cielo y en el abismo de la altura

un relámpago decrece gimiendo.

Siembro elegías en los mares

y fecundo la marea de un instante.

En lo fugaz yazgo,

siento la dulzura de las miradas,

los frutos que devoro me encienden los labios

y entre apareamientos un lince hace presa de mi aliento.

 

Sobre el frío sin segar

las horas son un barco que se pierde.

Mano con mano voy con las nubes

antes de que migren los pájaros

y un puñado de aire resuena en las venas.

 

Quiero cortar el silencio, decir:

“brote el agua desnuda”

y ver desbordarse un río en mi cuerpo y enloquecer dulcemente.

Hoy me apoyo en una luz mejor,

pregunto de qué arcilla, qué sangre, qué fuego estoy hecho,

tengo la apariencia de una sencilla espiga.

Me inunda una sensación de triunfo

y la calidez de mayo me toca el alma.

 

Es un sueño que vuelvo a mirar,

adivino trasparentes la higuera, su sombra y la última marea,

y el sueño se vuelve otro sueño.

Gerardo Rodríguez Lara Ciudad de México. Ha publicado los libros Donde la noche (Editorial Verdehalago, 1996, México), Un blues para el insomnio< ... LEER MÁS DEL AUTOR