El secreto a labios
El secreto a labios
VI
-Vivo en lo no definido. Deshojando flores del Bien, flores del Mal. Acudo a las
metamorfosis de la duda. Arrastro, devano, eludo, y al buscar dentro el vacío me empuja
al más adentro aún.
Vivo en la turbulencia dentrodelatierra, donde se conserva el ser prediluviano que un día
fui.
Te hablo con mis agallas, con los vestigios de otro yo que no entiendo, de mi ser más remoto.
Allí, desde lo alto, me vigilas
y no
sé de qué pesadilla procedes, en qué aullido
que heló la oscuridad se ha formado tu canto.
No me contestes. Sumérgete en silencio. Sé de nuevo la presencia abisal, la más temida.
Yo arrastraré mi ser a duras penas, a pies encallecidos, con espaldas absortas. Yo
arrastraré hacia abajo
mi rodar.
-Vives en lo diáfano, no niegues tu adquirida transparencia. Al fin la flor se abrió y
se apartó del agua.
Se disolvieron las flotantes ofelias, las expectantes, la imprecisa animula vagula blandula
huyendo de las sombras.
En el torpe pasado de tus células
venciste al para nunca y la ceniza.
(De Vigía de tu paso)
XIV
-Te crees eterno, pero la eternidad
no cabe en tu materia. Tu luz empalidece si te miro.
Avanzas al no ser
y son las horas
espigas para el pan que alimenta a los muertos.
-Soy eterno, pues amo.
Amar es la raíz de lo infinito.
Amar es conocerse, es luz desde otros ojos.
Y tú, juez implacable de lo ajeno,
nunca sabrás quién eres realmente
si no te dejas ser aferrado a otros labios,
a su decir distinto.
Para que la cicatriz respire
Abro mis vértebras para contarme:
no me alcanzan las piedras, los botones de cuarzo reluciente,
no me alcanzan las gotas sobre la herida húmeda.
Podría descolgar mi esqueleto y construir un puente de pudieras,
la arquitectura de una ciudad rendida justo antes del incendio.
No me llegan los cabellos de las mujeres tristes, el ábaco de contar abandonos,
el mismo error repetido hasta el vómito.
Una alfombra
de fango
para ocultar las huellas.
Pestañas para que su abanico
disperse las mañanas en jirones.
Abrir el cuerpo como ventana de un cuarto sin ventanas, mi horizontado cuerpo contra
el vidrio empañado que protege la infancia.
El dibujo de una niña antes de hacerse dedo
sobre el vaho dormido.
Mujeres como laúdes de sal
Soy las dos Fridas, la del dolor y la de la fuerza.
La que bombea sangre roja.
La que vio su sangre precipitarse por las laderas de la terca pirámide del amor.
La vueltabajo en su llaga,
la del secreto a labios. Las dos soy.
Y Emily en su jardín de flores turbias,
clara y lunar, amapola amarga de la transparencia.
Y esa Virginia de los ojos de avellana
y la que arroja el rayo
y la que mueve el agua con su cuerpo dormido.
Esa Ana con la aguja de la nieve sobre el corazón yerto,
Rosalía lloviendo musgo y piedra mientras oye las campanas del ya nunca,
mientras amasa la sombra negra de la nostalgia y todos sus acasos.
Anne embarcada en sus bahías blancas,
y los ojos de Carson
y la sal en los pulmones de Alfonsina.
En mí el cuchillo de la herida de Alejandra,
la mordedura de cadmio, la pólvora sobre la lengua y su desierto químico.
Y la desolación del abandono,
flor ajada del hombre que pulveriza el pétalo de la pasión de Sylvia.
Soy las dos Fridas. Soy todas las mujeres que lloraron.
Cierro mi pecho donde van sus palabras y se recogen astros como maletas llenas,
como albergues de sueños en una espera inútil.
Toda la luz aquí, también la luz cobarde.
Toda mi patria aquí, en su recinto líquido.
El cauce de una lágrima que desbordó el poema.
Toda la lluvia soy, el lenguaje del agua,
el océano inverso en su estatura.
(De Yo escribo la noche)
Casa
Todo se desvanece.
Tal es la realidad que la memoria de la especie guarda de su amarga belleza,
de lo frágil y su tacto inseguro
(insistir es reconocer lo que se escapa de nosotros).
También amamos la espalda de las cosas, retenemos su huida,
paladeamos la contumacia del error porque se desvanece,
todo se desvanece y ¿quién apura el cáliz de la pérdida?
Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta, la puerta de Louise Glück para salir al campo,
-el campo es el origen-.
Tenderse ahora en el suelo, buscar la acogedora tierra y a su abrigo
sumergirse en un sueño protector,
un sueño de párpados que entreabren la corteza del misterio,
donde no luchan héroes
cuyo destino escriben las estrellas, tan altas.
Ir así desde el sueño a la nada, a lo que no pregunta;
del sueño al acertijo de una esfinge inflexible,
a la matriz donde se esconden los nadie.
Recuperar lo que se desvanece y que fue acaso
casa de los dispersos.
Más allá del árbol
Hubo un nacer del mundo,
una manzana que brindó una serpiente
y una mano teñida de la saliva dulce del engaño.
Hubo también un árbol que el jardín escondía entre su fronda,
temblor del Bien y el Mal en las raíces
cuando el lenguaje no tenía aún secretos ni ponzoña las lenguas.
Hubo un tiempo sencillo de astros de porvenir errante,
que cesaron un punto en su deriva y se hicieron refugio:
musgo y piedras, polvareda fugaz donde nacer los hombres
antes de ser para la muerte, de edificar un sueño
que les brote en los ojos como un dios hecho río.
Allí no duerme nadie mientras apura el tiempo su clepsidra:
ni las gacelas con los ojos de barro,
ni el cielo de la tarde atravesado de pájaros en llamas,
ni las piedras lamidas por el agua ni el frenesí de insectos,
ni la Eva madre sobre todas las madres,
la del deseo y la fruta letal del conocer entre los dientes.
Ni la Eva con astillas en los párpados, compañera arrojada de cualquier paraíso
bajo un filo flamígero como una maldición.
Ni la Eva futura de tobillos de mimbre que se mece en la brisa,
mujer desnuda y aún no sacrificada en la cruz de su sexo.
La de las alas cercenadas a ras de vientre, vientre suyo del mundo
que nada sabe del ángel ni del áspid
–tan cerca de la vida crece la muerte–
y nada del exilio que llevará su semilla maldita a todos los confines.
¿Dónde su grito, dónde el dolor de un nacimiento como una amputación?
¿En nombre de qué Otro fue convertida en eje de la culpa
y lleva la inocencia borrada de la frente,
y lleva la moneda de su ausencia en la boca
y el pecho vuelto cáliz,
ramo de flores ebrias y de hijos como brotes de olvido?
Aprieto mi cintura y siento cómo me está naciendo una Eva que tiembla
bajo el arco de las costillas, temblor de árbol intacto.
Y acepto la manzana que me tiende
y acepto ser mujer para morder su estigma.
Sé que el conocimiento es la marca del proscrito, del que quiso la llave.
Que la huella es la herida de la tierra cuando se hace camino,
y se entrega mientras la roza el dedo de un porvenir de sombras,
la que mana en la lluvia y se desdice,
Eva primera y un mundo por hacer.
Acaso sea la vida la que dura un segundo entre el parto y la muerte,
del gemido al gemido.
Y una mujer así la que volvió propósito
su estirpe eterna de hembras insumisas.
(inéditos)