El vagabundo y otros textos
(Versiones al español de Henriette Collin)
EL MENDIGO
No me ruegue usted que me siente a su mesa blanca,
cerca de la plata y el cristal que ya no están acostumbrados a mí;
que no languidezca la belleza de la suciedad y de los andrajos,
junto a la caída púrpura de su traje frustrado.
No me dé humeante caza asada que resplandece
con fulgor vertiginoso en espejeantes girándulas;
no me refresque con sus elaborados vinos,
subidos desde las telarañas y la humedad de la bodega.
Recháceme hacia la humilde y negra cocina:
Bajo la carcoma y el hollín de las pesadas vigas.
En vajilla frágil de quebraduras oscuras, comeré
los alimentos sencillos que nutren a los cansados.
Allí, sus servidores –cumplida la tarea cotidiana-
se colocarán a mi lado, cerca del hogar,
para escuchar al sabio que interpreta sus noches
con las palabras profundas de un nuevo sueño.
Cuando mi cuerpo esté confortado y mis pies
estén curados, me iré en el fulgor del ocaso.
No como un extraño encontraré la noche:
ella si me llevará el horizonte que siempre se alejaba.
EL ENFERMO
La luz es blanca en las paredes de mi cuarto,
sobre las blancas sábanas están, como un temor,
mis muñecas delgadas y mis manos sudorosas,
que ya no muevo en espasmos de angustia.
Sólo mis ojos viven y sus pasos
van siempre, en tristeza de carencia,
a través del mundo estrecho que me encierra
en los cuatro travesaños de mi ventana.
Afuera me provocan los cambios
de las mareas del día estival.
Desde árboles invisibles, oigo el canto
de los pájaros como una cruel risa tentadora.
Nunca habéis comprendido la belleza de los cielos,
a pesar de que entrañablemente mirasteis su juego,
oh fuertes, cuyos caballos y barcas están preparados,
pero yo sí conozco la melancolía de las nubes.
SOLEDAD
Hay luz y ruido de vivir
en las calles, en el crepúsculo de la ciudad;
los labios ríen y las bocas se estremecen
de lo que el día calló durante tanto tiempo.
De la estrecha oscuridad de los callejones,
se apresura la muchedumbre hacia la calle viva,
hacia el encanto de los caminos claros,
que como una caricia van alrededor de las sienes.
Ahora los corazones están ebrios de primavera
y pueden celebrar fiestas más allá de la muerte y del sufrir.
Una libertad de felicidad será regalada
a los que sólo sepan tender las manos.
En la calle hay un amistoso hervidero de los humanos;
la tarea cotidiana abría sus cárceles;
y arriba luce una tira estrecha de cielo,
azul y tierno como un deseo.
Sin embargo, me reencuentro en mi errar solitario,
mientras el año gira hacia la luz,
mientras los días irradian regeneración
y en torno de las noches hay una tentación.
Empero, aunque voy rechazado y abandonado,
encuentro un solo consuelo en medio de la apariencia
y el rumor de las calles llenas de gente:
estos días, a pesar de todo, no son vanos.
Tal vez todo este errar, todo este vagabundeo,
todo lo que tanto deseo sin gozarlo,
me ocurre solamente para obtener lo eterno
en el ritmo y la rima de este único canto.
Tal vez. Mas por ahora sólo puedo sentir
que tanta gloria resbala más allá de mí.
Maduro en soledad para fines oscuros,
pero esto nunca sucede sin amargura.
EL VAGABUNDO
Cuando mis ojos se hayan apagado y más blanco sea
este pelo que ya encanece en las sienes,
cuando el sonido de mi voz murmurante y amargado
repruebe los hechos violentos de mi juventud,
pasad entonces y no escuchéis mis palabras;
pensad: “Es viejo, y la vejez enflaquece.”
Los días encantados son hundidos;
el trampolín del sueño se carcomió y se rompió.
Pero antes de que palidezca la juventud impetuosa,
Bella y corta cual un día de primavera,
quiero decir las palabras inquebrantables
que tal vez más tarde ya no pronunciaré.
Mi inclinación venció lo que impide la felicidad:
hábito y timidez, ante el acto nuevo,
y por el resplandor de las estrellas centelleantes,
he desdeñado la seguridad de la casa.
Alejado de la vileza: alegrías perezosas
y la cotidianidad mugrienta de los banales humanos,
he sido conducido a lo largo de las corrientes
de deseos espumosos, hacia los lagos rizados de salud.
Todas las generaciones vienen y desaparecen;
sus vidas están dirigidas por el destino
a lo largo de líneas diferentes pero, no obstante, rectas:
la mía ha sido el arabesco que no hace más que adornar.
Pero sé: como nubes son nuestros placeres,
y el corazón que se ha vuelto viejo, olvida.
No me escuchéis, no me escuchéis tranquilos,
si niego aquello que una vez me hizo vivir.
Para que mi sueño muerto no pueda comprobar
que triunfa por fin vuestra falsa sabiduría,
y para que una vil gavilla de esclavos sarnosos
no se oponga a su amo y señor.
ACEPTACIÓN
Cuando era joven, yo existía en las formas
de la vida que vendría:
acercarme, extasiado, con ímpetu, al mundo,
un canto y una mujer para siempre.
Todo esto ha quedado en sueños;
he imaginado sólo con posibilidades
lo que otro roba
a la vida siempre rebelde.
Porque sabía perdida por una elección
toda otra existencia, tentadora.
Entonces, pues, nada preferí,
pero la vida ha seguido.
Y el final del cual quería huir,
es como su mismo comienzo:
bajo lluviosos cielos holandeses,
en una pequeña ciudad de Holanda.
El corazón que no ofreció resistencia,
se está incorporando a los sosegados.
Uno empieza por aceptar la vida,
y por fin se acepta la muerte.
-Tomado de Antología de J.C. Bloem
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