Canto ceremonial por un oso hormiguero
Por Marco Antonio Campos
Hacia 1968, estando por cumplir los veintiséis años, el peruano Antonio Cisneros tenía ya editados dos plaquettes (Destierro, David) y un muy buen libro de poemas (Comentarios reales). Aquel 1968, año de las relampagueantes irrupciones estudiantiles en el mundo, Cisneros ganaría en Cuba el entonces prestigioso Premio Casa de las Américas con Canto ceremonial contra un oso hormiguero, que la crítica en general suele considerar su libro más representativo[1].
Según Cisneros, en una entrevista que le hice en su casa limeña de Miraflores en 2010, el libro lo escribió en invierno, en un cuarto sin calefacción, en el departamento que habitaba en Londres en un mes de torbellino. A una pregunta, contestó: “No es que hubiera en Canto ceremonial una poesía de tema histórico, otra de tema político y otra de tema doméstico: es un mélange de todo. En Inglaterra existían nuevos valores. Si bien en Lima los conocía, en Londres los encontré con mucha más fuerza: la revolución juvenil y la revolución sexual. Se me presentaban también los castillos, Enrique VIII, Marx, la revolución cultural china, la historia inglesa, y su contraste, la aparición de las birds –las jovencitas en minifalda-, las drogas, el pacifismo hippie. A todo tenía que darle una forma”. Con frecuencia, aseguraba, uno siente que no se tiene nada que decir. En ese libro sentía que le sobraba qué decir.
En buena parte de la escritura de Cisneros hay una suerte de magia rara, en la cual a menudo convierte lo disparatado, lo chusco o aun lo procaz en alta poesía. La velocidad de vértigo de muchos de sus versículos envuelven en su remolino al lector con estallidos aquí y allá de humor explosivo. Son imposibles de ser imitados e incluso lo hubiera sido para él. En el caso de Canto ceremonial lo hallamos en las primeras dos de las tres partes del breve libro; la excepción es la última –que es un solo poema- “Crónica de Chapi, 1965”, el cual testimonia el devastador fracaso de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional, “verdadero horizonte trágico de la década” (Julio Ortega).
Dentro de Canto ceremonial contra un oso hormiguero hay piezas que entrarían en cualquier antología de la poesía en lengua española del siglo XX: “Karl Marx died 1883 aged 65”, “Crónica de Lima”, “París 5e” y “Crónica de Chapi, 1965”.
Dos ciudades se dibujan principalmente en el libro: Lima y Londres, y de paso, en algún momento, París, y en la crónica final, la zona de Ayacucho. Pero también hay en la segunda parte del libro una región imaginaria donde el poeta limeño cohabita con cangrejos, caracoles, hormigas, arañas y, contrastadamente, con grandes cetáceos.
En su obra poética el irreverente Cisneros no se cansó de burlarse de los otros, pero acaso el principal blanco de sus dardos envenenados fue él mismo. A lo largo de Canto ceremonial Cisneros se burla de los ingleses, del culo de la reina, de Cristo, “cerdo feliz”, de los ancestros prehispánicos, de los franciscanos que germinan bajo tierra, de Karl Marx (“viejo aguafiestas”)…
Si en la lírica alguien dio la imagen del cronista de Lima fue Antonio Cisneros. No en balde, en el malecón del barrio de Miraflores[2], poco después de su fallecimiento en 2012, se le alzó una estatua, y que quizás, de haberla visto, hubiera dicho con esa vanidad festiva del niño que siempre fue: “Sí, está bien, déjenla, la acepto, pero yo era más alto, casi llegaba al 1,90, en la estatua me rebajan la estatura. ¿Ustedes recuerdan que de joven yo era un iconoclasta y tenía la pinta de rock star? Ahora, miren nada más, el destructor de estatuas ya tiene su estatua…”
Detengámonos, al menos, en dos poemas de Canto ceremonial que han quedado en el imaginario popular: “Crónica de Lima”[3] y “Crónica de Chapi, 1965”. En el primero, con “el mar muy cerca”, con un río seco pero que puede volver a correr, con su “bosque de automóviles”, Cisneros recuerda momentos históricos de Lima de los que se burla con su característico humor negro: “Oh ciudad guardada por los cráneos y maneras de los reyes que fueron/ los más torpes y feos de su tiempo”, o recuerda aquellos lejanos franciscanos “inspirados en algún oratorio de Roma [que] convirtieron/ las robustas costillas en dalias, margaritas, no–me-olvides/- acuérdate, Hermelinda- y en arcos florentinos las tibias y los cráneos”. El poema está narrado en vocativo y la interlocutora, Hermelinda, es una dama del poema del español Enrique Príncipe y Satorres, que luego arregló musicalmente como vals criollo el peruano Alberto Condemarín. Una línea del vals es el leitmotiv a lo largo del poema del miraflorino Cisneros: “Acuérdate, Hermelinda, acuérdate de mí”.
El otro poema es el último del libro, “Crónica de Chapi, 1965”, el cual es una honda elegía. Está escrito muy poco tiempo después de la derrota de la guerrilla del ELN (Ejército de Liberación Nacional), que fue más bien una aniquilación. En la crónica Cisneros pespuntea muy bien tres momentos: las andanzas de los guerrilleros, la toma por ellos de la hacienda de Chapi donde ejecutan al gamonal Gonzalo Carrillo, famoso por su extrema crueldad, y por último, en el mes de diciembre, el exterminio de gran parte de los guerrilleros –habla de doscientos- por parte del ejército y la policía. Hubo un superviviente, el abogado y sociólogo Héctor Béjar, quien fue la memoria viva de esos días. La relación de los hechos en el poema-crónica la narra un testigo omnisciente desde distintos ángulos. Para el crítico Julio Ortega es el poema paradigmático de la guerrilla, el cual, curiosa o paradójicamente es el de la derrota. El poema “tiene una solidaridad compasiva por una guerrilla que fracasó”, explicó Cisneros. Las últimas líneas se leen como un epitafio:
“Y ya ninguno pregunte sobre el peso
y la medida de los hermanos muertos,
y ya nadie les guarde repugnancia o temor”.
Se cumplen cincuenta y un años de la publicación de Canto ceremonial contra un oso hormiguero. Admirablemente conserva una intensa actualidad y puede leerse también como un libro muy propio de la década de los sesenta del siglo anterior.
En una tierra como el Perú, llena de buenos poetas, una figura señera fue Antonio Cisneros. No sólo eso: lo fue de la poesía en lengua española del siglo XX. Como el título de su poema sobre Karl Marx nosotros podríamos escribir sobre la lápida del amigo inolvidable:
Antonio Cisneros died 2012 aged 69
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Notas
[1] Cisneros prefería personalmente como libro uno más íntimamente doloroso: Como higuera en un campo de golf (1972). Creemos que este libro, Canto ceremonial contra un oso hormiguero (1968) y Agua que no has de beber (1971) podrían formar uno solo.
[2] Me informa el poeta limeño Mario Pera que el malecón lleva el nombre por un tío bisabuelo de Antonio, el escritor y político Luis Benjamín Cisneros (1837-1904).
[3] En la entrevista que le hice a Cisneros, contestó a propósito del poema: “A veces pienso que la ‘Crónica de Lima’, si no hubiera estado en Londres, no la habría escrito. Es un puente que trazas con tu ciudad. Aquí en Lima nací, más aún, soy de este distrito, Miraflores, al lado del mar, soy un ser marítimo. No hago muchas teorías sobre esto, pero me cuesta trabajo pensar que estoy dentro de un cuerpo que no viva al lado del mar. Veánse la cantidad de imágenes que hay en mis poemas sobre barcos, náufragos, peces, aguas… Si no es exagerado decirlo, diría que el mar es una de mis razones de ser”.
Dos poemas de Canto ceremonial contra un oso hormiguero
Karl Marx died 1883 aged 65
Todavía estoy a tiempo de recordar la casa de mi tía
abuela y ese par de grabados:
Un caballero en la casa del sastre. Gran desfile militar
en Viena,1902.
Días en que ya nada malo podía ocurrir. Todos
llevaban su pata de conejo atada a la cintura.
También mi tía abuela –veinte años y el sombrero de
paja bajo el sol, preocupándose apenas
por mantener la boca, las piernas bien cerradas–.
Eran los hombres de buena voluntad y las orejas limpias.
Sólo en el music–hall los anarquistas, locos barbados y
envueltos en bufandas.
Qué otoños, qué veranos.
Eiffel hizo una torre que decía “hasta aquí llegó el
hombre”. Otro grabado:
Virtud y amor y celo protegiendo a las buenas familias.
Y eso que el viejo Marx aún no cumplía los veinte
años de edad bajo esta yerba
–gorda y erizada, conveniente a los campos de golf–.
Las coronas de flores y el cajón tuvieron tres descansos
al pie de la colina
y después fue enterrado
junto a la tumba de Molly Redgrove “bombardeada
por el enemigo en 1940 y vuelta a construir”.
Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la marmita
los diversos metales
mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel a
las islas de Times
y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba y
después sí y entonces
vino lo de Plaza Vendôme y eso de Lenin y el montón
de revueltas y entonces
las damas temieron algo más que una mano en las
nalgas y los caballeros pudieron sospechar
que la locomotora a vapor ya no era más el rostro de
la felicidad universal.
“Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas.”
La araña cuelga demasiado lejos de la tierra
La araña cuelga demasiado lejos de la tierra,
tiene ocho patas peludas y rápidas como las mías
y tiene mal humor y puede ser grosera como yo
y tiene un sexo y una hembra -o macho, es difícil
saberlo en las arañas- y dos o tres amigos,
desde hace algunos años
almuerza todo lo que se enreda en su tela
y su apetito es casi como el mío, aunque yo pelo
los animales antes de morderlos y soy desordenado,
la araña cuelga demasiado lejos de la tierra
y ha de morir en su redonda casa de saliva,
y yo cuelgo demasiado lejos de la tierra
pero eso me preocupa: quisiera caminar alegremente
unos cuantos kilómetros sobre los gordos pastos
antes de que me entierren,
y ésa será mi habilidad.