Giuliano Ladolfi

Si el día está claro

 

 

(Traducción al español de Emilio Coco)

 

 

 

“Arte” en dialecto no existe.

Aquí hablo de sopa y de trabajo,

de conjugar el almuerzo con la cena,

de amueblar la sala con decoro.

Las jóvenes bordan el ajuar,

mi madre crea encajes de ganchillo.

Esto es poesía.

Amplías tu casa, ¿pero para quién?

Voy a dejar

la casa sin decoraciones

¿o prepararla

para el huésped del día?

No me contestas.

Has venido tan solo a humillarme:

no había sillas;

hubiera querido abrírtela igualmente.

Me has encontrado en el garaje,

estaba enviando paquetes y me he callado;

no has mirado siquiera la revista.

Y suena la campana de la escuela;

en el papel quedan inconclusos

versos que trazaré al primer semáforo.

¿Pero qué es el arte en las habitaciones vacías?

Suena el teléfono,

Se te abre de par en par el mundo:

ya no sé en qué

lado del hilo vivo,

si la palabra ha sido confinada

dentro de un archivo ya eliminado.

 

 

 

 

Ha venido a pintar las paredes:

trabaja con destreza y precisión.

Me hiere: él cuenta del muchacho

que estudia con desolación.

Piensa transmitirle este arte.

Cuando está cansado va a la taberna:

dos charlas con el juego de cartas.

En verano alguna excursión allí en la montaña,

ha vuelto a cambiar el coche,

poco a poco ha renovado

la casa de su padre.

Vuelvo a verlo en el vientre de su madre…

El pueblo es un universo paralelo

entre el cielo, el llano y la colina:

es el primer en ver el sol por la mañana.

 

 

 

 

Si el día está claro,

me pierdo en contemplar

el descanso del ocaso tras los montes.

Quisiera acostarme en la tumba

y ser sepultado con la cara

hacia el Monte Rosa.

Los niños juegan en el césped,

sus gritos impregnan las paredes.

Dentro de poco entrarán allí las excavadoras;

inclinados sobre los libros, no podrán correr.

Dejo que el tiempo roce mi cabello,

no me preocupo:

de tu voz

he aprendido a distinguir también los años.

Me telefonea un amigo: “Soy tu abuelo”.

Pero, ¿dónde están las generaciones?

Ahora los padres aprenden de los hijos.

Se ha subvertido el orden, no sirve

buscar desde el pasado algún consejo.

 

 

 

 

¿Perenne juventud?

¿Madurez negada?

Los jóvenes poetas

preparan la pasta para la cena;

fumamos en el balcón incluso los cigarros.

Protestan los vecinos contra nuestras carcajadas.

Consumimos botellas y botellas.

Marcos y Ricky quitan la mesa.

No dejaremos nunca de dialogar;

es difícil el tiempo del regreso:

“Hablaremos dentro de unos días”,

“No veo la hora de volver a vernos”,

“¿Las sillas bastarán?”.

 

“¡Tienes cincuenta años!”

Cincuenta años… Es tiempo de empezar.

 

 

 

 

A los sesenta años he engendrado a un hijo

en la metrópolis italiana de la moda.

No me reconozco como padre:

ha pasado un milenio en pocos años

y mi lengua ha perdido cualquier contacto.

Estaba erguido mirando la ciudad:

las montañas en el fondo,

la iglesia en la calle mayor,

el teatro, las vitrinas

con el patio de la escuela

la plaza y el ayuntamiento.

Las oficinas las encuentras en la planta baja,

como los bancos,

las nuevas catedrales.

Él anda por las calles como por casa:

nosotros vivimos universos paralelos

entre el metro, las plazas y las avenidas

allí donde no encuentras un sitio para aparcar.

Sin embargo no me siento tan viejo:

es como si la máquina del tiempo

hubiese acelerado sus ritmos

y me hubiese lanzado entre los Eloi.

 

 

 

 

Mi madre se fue una mañana

de mayo sin molestar.

No existían los coches cuando nació

en el casal cerca del ferrocarril

Alzo-Gozzano, antes que la fábrica

empezara a contaminar el lago de Orta.

Sólo el dialecto era capaz

de abrir la puerta de la existencia.

“La ciudad es tu lugar de acogida.

Vives en ella desde hace treinta años.

Me ha arrastrado allí entre las angustias

mi hijo que se ha vuelto mi maestro.

Me parece un secuestro

cuando el tráfico ahoga las calles

y las caras se ponen de cera;

el día no comprende lo que acaece

al ritmo de una moda pasajera”.

No sabes ver”.

“Veo tan solo

lo que dentro sabe quemar.

Antaño la mujer era la esposa

o había otra.

Hoy se pare sin dolores,

se alquilan las madres.

El sexo hace cambiar

a las mujeres como se cambia de traje

y, después de levantar en el estadio

los trofeos de una partida de caza,

los cierras presuroso en el armario”.

Giuliano Ladolfi (Italia, 1949). Licenciado en Letras por la Universidad Católica de Milán, ha sido director de escuela. Ha publicado cuatro libros de poes ... LEER MÁS DEL AUTOR