Gladys González

Con una navaja oxidada

 

 

 

 

Navaja

 

Un bar vacío

el silencio

como un eco

de lo que hay adentro

 

el bullicio

como un recuerdo

de lo que flota

en el aire

 

Las luces encendidas

las cortinas metálicas

abajo

los candados oxidados

por la sal

 

Los avisos de gaseosas

la publicidad de cervezas

los calendarios desfasados

entre el tiempo

y el polvo

enmarcados

en la grasa de la pared

 

las marcas

de afiches

arrancados

que dejaron su forma

en la pintura

como un espacio

entre la nostalgia

y el abandono

 

El brillo frágil

de un par de alas

de moscas

atrapadas

en las pelusas

y telarañas

del techo

 

La derrota

de la seguridad

vibrando

como la fotografía

de un antiguo amor

que se vuela

entre los dedos

al cruzar el mar

en un ferry

huyendo

a cualquier lado

 

El problema

no es el lugar

sino uno mismo

tragándose

el alcohol

y la cocaína

tragándose

la elección de una vida

por el patio trasero

del lado salvaje

 

El ruido de la calle

el frío

el delicioso silencio

de un bar cerrado

 

dos copas

que se chocan

el olor dulce

del bourbon

 

una mesa

y caminos blancos

que no conducen a nada

salvo

a un subterráneo

empapelado con queloides

y el canto

destemplado

del pájaro de la locura

 

Cierta melancolía

entre el deber

y el placer

de vagar

 

de perder el tiempo

de continuar

la ironía

hasta desangrarse

 

tatuarse

con una navaja oxidada

la misma historia

sin goce

 

de saborear

la médula de la vida

 

hasta volverse un idiota

 

 

 

 

Refugio 

 

El cambio de espacio

del bar

a la calle

 

una copa

de vino

multiplicada

en el momento de decidir

continuar bebiendo

o dejar el instante

eterno

de la borrachera

del embrujo

 

de la llegada trémula

del tigre blanco

 

Poner tierra

indecencia

y tiempo

de por medio

 

una acusación judicial

una amenaza de muerte

 

el golpe

de una correa de cuero

en la cabeza

 

el piso

reventando

en el oído

 

el instinto de conservación

respirando fatigosamente

 

sintiendo odio

por solo

responder al dolor

 

otro instante perdido

que envejece

junto a ti

 

recordar

en el segundo

las aventuras

los deseos

y las personas

que mueren

por su mano

una cuerda

un cuchillo

o la quemadura

del tiempo

 

otro hueso roto

para transformarte

en un animal en extinción

 

Es quizás

el momento

entre parar

o continuar

con el goce

del desplome

la exitosa rutina

del fracaso

 

la escena

donde todo cambia

y el caos

emite el grito de acción

interpretando

cada acto

en una casa vacía

en un teatro abandonado

con el telón roído

por la química

y un manual de psiquiatría

 

los cambios de ánimo

el estado

de la pérdida

de sentido

y la desprotección

 

el llanto imparable

la exquisita locura

la completa

falta de amor

 

Este refugio

fue construido

 

pieza por pieza

 

para ser invadido

 

sin indulgencia

ni disimulo

 

por el relámpago

por la propia

lapidación

 

En este regazo

solo se vive

para escribir

 

 

 

 

Padre

 

La figura del padre

bebiendo

en el comedor

la dentadura negra

el vacío

de la pulpa

y su hedor

ausencia

de incisivo

y premolar

 

una habitación

que quedó

en una instantánea

de los ochenta

grasa sobre el barniz

de la mesita de centro

la impresión rugosa

del mismo vaso

en el costado

 

el papel mural

rosa

y floreado

como una escara

seca

rota

abierta

 

el recuerdo

de una cama de metal

en un galpón

donde la corriente inflama

y quema los poros

vapor de sudor

música a todo volumen

gritos

canciones de verano

 

las imágenes familiares

desplegándose

en la memoria

 

las fotografías

de una casa en la playa

una esposa

una hija

una identidad

 

los dedos temblorosos

y finos

las huellas digitales borradas

por el exceso de tabaco

 

un brazo roto

por la golpiza

de algún desconocido

recogido en la calle

para no beber solo

 

escucha en la radio

melodías románticas

llora

gime

se desvanece

 

llama por teléfono

alguien atiende

habla unos minutos

solloza

vacía en su garganta

una botella de pisco

con jugo en polvo

 

va al baño

toma clorfenamina maleato

para dormir

abrazado a su perro

en la vieja

cama matrimonial

llenándose de pulgas

como si un capullo

lo cubriera

una sarna oscura

y sanguinolenta

que le acompaña

y hunde

 

otra noche más

 

 

 

 

vidrio molido

 

el aire de esta casa

se vuelve repulsivo

 

soy un trozo de carbón

ovillado y ardiendo

 

solo logro

perder el equilibrio

y caer hecha cenizas

tiznando esta cama

esperando más dolor

envuelta en analgésicos

y botellas

de agua mineral

 

solo puedo

levantar la cabeza

para ver esta escalera

angosta y pequeña

en la que todas las tardes

la luz se extingue

oscureciéndolo

aún más

todo

 

quisiera desaparecer

en lo negro

adherirme a la pared

perder los sentidos

sentir la noche

en sábanas limpias

 

meter la mano

dentro de mi cabeza

y cubrir

con los ruidos de la calle

los túneles de esta memoria

 

quiero que el tiempo pase

que la sangre de mi brazo

ya no sea

un hervidero mutilado

 

quiero abandonar

este colchón

en el suelo

esta habitación

esta miseria

 

cuando cruce

la puerta de escape

nadie

volverá a comprarme

por un baño caliente

papelinas

y alcohol

 

nadie

volverá a levantarme la voz

ni tocarme

como si fuera un cadáver

 

nadie

puede enseñarme

lo que es caminar

sobre vidrio molido

lijando

las aceras

con la palabra

sobrevivencia

lentamente

desapareciendo.

 

 

 

 

despedida

 

me recuesto en la cama

mirando el techo

 

estas murallas

llenas de papeles adhesivos

escritos

tachados

 

abro

y cierro los ojos

encegueciéndome

con la luz de la ampolleta

 

salgo y entro al pasado

sin deseos de hacerlo

como un efecto

de esta despedida

que no tengo deseos

de perseguir

 

estiro un brazo

y observo mi mano

su aspecto

no es el que recordaba

 

una mano huesuda

venosa

los dedos engarfados

las uñas amarillas

tres nudillos rotos

el temblor intermitente

del alcohol

y la abstinencia

 

no tengo deseos

de jugar en la oscuridad

solo quiero estar aquí

observando

mi mano

 

las citas y fechas perdidas

que alguna vez

me comprometí a cumplir

y que dejé abandonadas

 

quiero dormir

hasta el día siguiente

sin despertar con resaca

con los ojos pegados

por la pintura negra

y los labios quemados

 

ya no quiero

estar en batalla

conmigo misma

tan sólo quiero

no levantarme de la cama

descansar

de estos últimos años.

 

Gladys González (Chile, 1981). Doctora y Magister en Filología Hispánica por la Universidad de Valladolid, Diplomada en Fomento de la Literatura Infantil ... LEER MÁS DEL AUTOR