Vicente Huidobro

Yo subí a la otra Torre Eiffel

 Por Cristián Warnken

 

Recuerdo perfectamente cuando Madame Benèche, profesora de literatura del Colegio Alianza Francesa, (donde yo era alumno), comenzó a dibujar en el pizarrón dos poemas-caligramas en francés. Uno era “Paysage” (“Paisaje”), con un primer verso que nunca olvidaré, y que era toda una promesa de lo que la poética de Huidobro exigiría a la mente del lector de su poesía: “Esta tarde, nos pasearemos por rutas paralelas”. Porque leer poesía iba a ser desde ahora también un “viaje espacial”, con yuxtaposiciones y relámpagos estallando del choque entre realidades y metáforas paralelas, una gimnasia mental completamente nueva e inaudita para el lector de poesía en español.

Ante nuestros asombrados ojos adolescentes, comenzó a perfilarse la Torre Eiffel dibujada en la pizarra por nuestra profesora con palabras. Las palabras subían y bajaban y se tomaban el espacio. Estábamos acostumbradas a ver las palabras en los versos, en la sucesión del tiempo. Verlas abrir un mundo de simultaneidad y yuxtaposiciones, fue todo un acontecimiento, tal vez nuestra primera experiencia cubista de la realidad. Una desintegración que daría paso a una nueva realidad.

Después de seguirlas unos minutos, ya habíamos ascendido a lo alto de la mítica torre que la mayoría de nosotros jamás había visitado. Y la mayor sorpresa fue cuando nos preguntó: “quel est l `auteur de ce calligramme?” (“¿quién es el autor de este caligrama?)” Y los más avezados en literatura contestamos al unísono: Guillaume Apollinaire. Y ella, mientras fumaba ceremoniosamente su Gaulloise, cuyo humo nos embriagaba y transportaba lejos del Chile gris de la década del 70 respondió con su habitual sonrisa irónica: “Non, c´est un poète chilien” (“!No!, es un poeta chileno!”). “C´est Vincent Huidobro”-dijo.

¿Un poeta chileno que le escribió un poema-caligrama en francés a la Torre Eiffel?  Permanecimos en silencio. Y ahí Vicente Huidobro, saltó como un paracaidista-mago a nuestra sala, trayendo a nuestras vidas hasta entonces pauteadas, saltos, descensos y ascensos vertiginosos, acciones disruptivas que no asociábamos hasta ahora con la poesía hecha en Chile.

Huidobro nos hizo subir a la Torre Eiffel (pero una Torre Eiffel “otra”) sólo con palabras: magia pura, alquimia, milagro. Las veces posteriores que estuve en Paris, no me emocionó tanto la mítica torre como esa primera vez en el caligrama en una pizarra escolar. ¿Cuál es más real? ¿La de Eiffel o la de Huidobro? Si somos creacionistas al pie de la letra, diríamos que la del poeta. Porque no hay que cantar a la torre, hay que hacerla florecer en el poema. Es otra torre mejor que la primera, una torre en el espacio imaginario que es nuestra libertad, nuestro horizonte donde pudimos saltar por sobre los límites y cercas vigiladas de nuestras vidas acotadas y en ese tiempo aldeanas. Eran los años posteriores al golpe militar, años grises, de “apagón cultural”, de miedos y sospechas. Y la poesía de Huidobro es puro coraje, salto, abordaje. Que un chileno tome posesión poética de la Tour Eiffel sin complejos, en lengua que no era la suya, muestra la osadía, la lección de fe en la propia individualidad que el poeta creacionista le estaba dando a un puñado de adolescentes chilenos de fin de mundo.

Con él saltamos al poema espacial, y al darnos las llaves para conquistar la Tour Eiffel nos dio asimismo las llaves de la “otra realidad”, que sólo las palabras pueden darnos, las palabras en libertad, purificadas de toda retórica y costumbre mental. ¡Y cuánta retórica teníamos en nuestro idioma materno y cuántas ataduras mentales que nos impedían “caer al fondo de nosotros mismos” y de lo abierto!

Fue un salto cuántico y mental el de la lectura de ese caligrama de Huidobro esa mañana invernal en una pizarra donde crujía la tiza y donde, generalmente, sólo se escribía el sopor, la rutina y el tedio escolar. Algo parecido nos ocurrió cuando la misma Madame Benèche escribió el poema “Liberté” de Paul Eluard.  ¡Libertad! ¡Libertad! -añorada por nuestros corazones adolescentes en esos días de nuestra ciudad con “toque de queda”.

Hace unos años, en un viaje que hice con mis hijos a París, alojamos en un departamento desde donde se veía muy de cerca la torre iluminada de noche como un árbol de pascua gigante. Tenía en mi mente el poema “Tour Eiffel”, y buscaba probar si la magia del referente del poema seguía viva. Al amanecer la primera noche, uno de mis hijos me dijo: “papá, soñé que alguien sacaba la torre Eiffel y se la llevaba”. Esa observación le habría encantado a Huidobro. Niño malcriado por la imaginación y la locura, hizo y deshizo el mundo. Me dieron ganas de contestarle: “se la llevó Vicente Huidobro, se llevó la Torre Eiffel a Chile”. Así como se había llevado a la joven liceana chilena y musa Ximena Amunátegui “secuestrada a París”. Poeta ladrón de torres y musas, poeta ladrón de fuego, Ícaro y Prometeo “chilensis”.

Ahora vuelvo a subir por la torre imaginaria, releo el poema “Tour Eiffel”, y a pesar del paso de los años, a pesar de que “lo moderno” de entonces nos puede parecer hoy antiguo, a pesar de todo eso, sigue siendo tan eléctrico e hiperkinético como en la primera lectura o “visión”: porque estos poemas-cubistas de Huidobro se leen y ven al mismo tiempo. Y en él encarna a cabalidad el propósito que el mismo poeta había enunciado en una conferencia sobre poesía en Madrid, en 1921:

“El poeta tiende hilos eléctricos entre las palabras y alumbra de repente rincones desconocidos y todo ese mundo estalla en fantasmas inesperados”.

La poesía de Huidobro en esa etapa es “eléctrica”, coincide con los nuevos inventos deslumbrantes en el mundo de la electricidad de comienzos de siglo. Hoy día esa poesía sería “digital”, pues Huidobro, como Rimbaud lo dijera décadas antes, quería una poesía que “ritmara con la acción”, incluso que se adelantara a ésta. Una poesía cargada de nostalgia de futuro.

Si los vocablos, según el poeta surrealista André Breton “hacen el amor” en el poema, en los poemas de Huidobro “hacen cortocircuito”.

La imagen central del poema, axis mundi, la Torre Eiffel es un imán que lleva hacia sí todo lo que se mueve alrededor:

“Tu telegrafía sin hilos
atrae las palabras
como un rosal a las abejas”

En el poema de Huidobro, cada imagen es una “partera” de otra y todo parece una especie de estallidos en la página semejante a las implosiones de las galaxias en el universo. Y esta comparación hubiera agradado a Huidobro, poeta que nos hace transitar de lo existencial a lo cósmico.

El poema está lleno de saltos, discontinuidades que desafían las leyes de la lógica, la gravedad y la razón, sin caer nunca en ejercicios surrealistas arbitrarios, que Huidobro rechazaba visceralmente. Es un mundo nuevo el que nace en la página-espacio, pero un mundo creado por un creador o “Adán” que se preocupa de todos los detalles, que no pierde nunca el control de su creación. Lo inaudito en la poesía Huidobro nunca nos parece arbitrario.

Poema de muchas dimensiones y direcciones, poema caleidoscopio, que nos convierte en niños asombrados y embobados con el espectáculo de las imágenes que cruzan realidades paralelas o lejanas, como si estuviéramos en un “circo” o teatro de sombras verbal. En el caso de la poesía de Huidobro habría que hablar de un “teatro de luces”.

Huidobro realiza en estos versos de equilibrista en el espacio verbal e imaginario lo que había soñado Rimbaud en una de sus “Iluminaciones”:

“He tendido cuerdas de campanario a campanario; guirnaldas de ventana a ventana, cadenas doradas de estrella a estrella, y ahora bailo”.

El campanario es aquí la Tour Eiffel, y es una torre muy musical. Este es particularmente un caligrama musical.

El primer verso ya lo anuncia

“Tour Eiffel
Guitarra del cielo”

Las palabras, los versos, todo quiere convertirse en canción. Y se sube y baja por la  escala de notas musical. Y la torre es el “Carillón de París”. Y el hablante del poema la incita a sacar la voz:

“Canta                                    Canta”

Y en su cabeza “pájaro canta todo el año”.

¿Ecos de un París musical, de Music-hall, de fox-trot y alegría de la “belle époque”, que Huidobro conoció, y que todavía resuenan, a pesar de la guerra que enluta el horizonte?

La Tour Eiffel “le habló” a Huidobro. Ahí aparece un trasfondo “animista” del poeta pero aplicado no a los elementos de la naturaleza, sino a una torre moderna, convertida en un ser tan real como los árboles o las montañas.

“Es así como un día la Torre me habló”

Como el mismo Huidobro, puedo decir:

“Es así como un día el poema Tour Eiffel de Huidobro me habló”.

¿Imaginaba nuestra profesora de francés las resonancias, chispazos, deslumbramientos,  que estos versos eléctricos iban a provocar en nuestros cerebros todavía vírgenes?.

No he sabido nada desde entonces de Madame Benèche, pero al releer-ver este poema visual, la imagino con su delantal blanco y su pelo largo saltando entre verso y verso,  entre iluminación e iluminación, con nosotros detrás como si ella fuera la flautista de Hamelín de un cuento futurista. Y entre verso y verso ella nos dice:

“Mon petit garcon
Pour Monter a la Tour Eiffel
On monte sur une chanson”.

(“Hijo mío / para subir a la Torre Eiffel / se sube por una canción”)

“¿Y cómo se baja?”-podríamos haberle preguntado. Esa respuesta nos esperaría en el poema “Altazor”, muchos años después. Y allí-para ese descenso-ya no necesitaríamos una profesora de colegio, para eso estaría el Antipoeta y Mago esperándonos, invitándonos a dar el gran salto final, con su magnífica red vacía.

 

Vicente Huidobro (Chile, 1893 – 1948). Poeta, narrador, dramaturgo, guionista cinematográfico, candidato a la presidencia de la república, padre del Crea ... LEER MÁS DEL AUTOR