Luigia Sorrentino

La permanencia, la distancia del límite

 

 

(Traducción al español de Antonio Nazzaro)

 

 

 

La permanencia, la distancia del límite

 

lo que se cierra en la piedra
ya está petrificado,
pero cuando la carne se derrite
la materia decae
ofendida por la separación,
entramos en la tierra del alma

 

*

no sacrificaba más que el hombro

mi estatua sostenía el mármol

sobre la cabeza

la inmovilidad erecta

las manos de ébano

el rostro completaba el negro

ardiente de la piedra

de los tres rostros, uno solo

estaba con su sonrisa completa

 

no cumplido, aún lejano

el tiempo de acudir sobre nosotros

 

tal vez a contraluz

su identidad gastada

parecía más oscura

sobre el rostro ningún pliegue

ningún signo

solamente lo liso de la piedra

completaba la piedra

 

 

*

afuera toma nuestra infancia

la lleva lejos, la captura

la mano del hijo,

en la móvil pena concilia

incomprendido e incomprensible

 

en las encrucijadas

deshoja con indiferencia los árboles

 

un soplo de desgracia

presiona arriba, se levanta

del todo echado a perder

inundados allá en esas islas

del turbio ruido subterráneo

empujan el canto rodeados

 

–tú existes aquí

yo soy en esta piedra

la forma terrenal, cercana a ti–

 

 

*

en su sustancia de silencios

ejecutados, ella estaba inmóvil y armada

subterránea presencia de todas las cosas

centro

conjunción entre espacio y tiempo,

colosal dentro de la superficie,

parecida a una aguja rocosa,

encarnada

 

en la fuerza

sostiene o separa

aferra desde la profundidad

el subsuelo se une al cielo

vuelve a subir entre los arbustos

hasta la más alta cima del monte

 

hacia abajo empuja las criaturas del momento

 

 

*

en una noche insólita el espacio

movilizado cerca la entrada

la ciudad en el polvo no deja

a quien se pierde

ni abandona a los ladrones

excluidos de la infancia

 

pueblos en pleno movimiento

la sorprendieron en su plaza

los unos hacia los otros

un coro de pueblos

la tocó, ojos enormes tuvo

el canto

en torno a la tibieza se pararon

allí donde se levantó pequeño el viento

lo que vieron fue su abandono

 

–que nos vea, que venga cerca

de nosotros, sea dado a nosotros–

lo llaman y él empuja más allá

el confín

como un testigo que desciende

sereno

 

 

*

después de la noche el soplo penetró

vio en su rostro las cosas

violadas, trayéndolas a sí,

un cristal de aliento encima le tiró

 

el primer sol, la brisa del alba,

una onda de luz atravesó el cuerpo vivo

la caricia, al vacío y desnudo cuerpo

 

luego se acercó a los cabellos en un impulso

eterno, los brazos densos, desatados,

su capa se dispersó sobre los hombros

donde todo puede nacer después de una infinita

espera, la nueva belleza apacigua

el remolino, al final

la vida que se toca, el hilo del regreso

en los más pequeños movimientos de su signo

 

 

*

es el morir lo que veo

el venir menos, este

bloqueo repentino de la respiración

mientras se desploma lo que hacemos

 

entonces eres tú que tiendes la mano,

para socorrerlo

en un solo gesto abres la noche

 

–no tengas miedo– dices

–no tengo demora, cada instante

en el incierto dominio

entre los hombres y la calle–

 

entonces soy yo quien atraviesa

la grieta, el muro,

soy yo que vengo cerca de ti

en tu último tiempo

 

 

*

el blanco no huye

al impacto con la materia

la dimensión del cuerpo

se desintegra en fragmentos

de memoria y despeja

en la emoción el rostro carga

el gesto que habla

en un empuje de lo desconocido

 

cual sustancia golpea

el yeso, en un latir

 

los dedos disponen de todo

el movimiento del cuerpo endurecido

del sueño a la vigilia

pasa la evanescencia del muro

 

 

*

la forma fluctuante sigue

el blanco,

a la criatura perpetua la vieron

arribar a la playa

dar vida a cada forma

con una fuerza interna

llevada a la luz

 

la vieron salir de la ola

a cada paso suyo retrocedían

los árboles,

el canto de la arena

se abría para ella, y de ella venía

el canto

 

ella vio, apenas ella vio

supo, todo cuanto estaba allí, lo había

custodiado por muchos años

en la pequeña quietud doméstica

 

 

*

con felicidad pensamos en el día

cuando en la luz podremos

salir para abandonar

lo que nuestra primavera

vincula

 

he aquí de lo que morimos

 

el animal humano obligado

se retrae

en la roca de mármol

del sepulcro, venimos menos,

cansados como columnas

quebradas por la furia

del poderoso, fue duro de tragar

lo que queda de nuestra vida

 

 

*

la existencia terrenal

recoge la presencia de la naturaleza

a ella se funde

desciende para aferrarla,

por el valor trasparente que se abre

sin brazos, el dios veloz

compone el suelo, el espacio en blanco

quebrado de la costilla

del esternón se despega

como una aparición cortada

 

 

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-Luigia Sorrentino
Olimpia
RIL editores
Chile, 2020

 

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Tapa Olimpia

 

Luigia Sorrentino Es una poeta y periodista italiana nacida en Nápoles. Ha colaborado con las páginas culturales de diferentes diarios. Ha creado y conducid ... LEER MÁS DEL AUTOR