El poliedro y el mar
EL POLIEDRO Y EL MAR
I
Me ha sido dado un poliedro frente al mar:
un cuerpo muy sólido pero invisible,
una compacta reunión de lejanías,
con todo su silencio endurecido,
toda su ausencia próxima,
y cuanto más palpable, despojado.
Dulce dejarse ir por sus aristas,
más veloz que la mirada vuelve al sol,
ciego volar sobre la línea pura hacia un encuentro:
cuando quise pensar en dónde estaba, tuve un vértigo:
¡la arista, la línea, no era nada!
Deslicé por la nada que forman
dos caras del poliedro besándose:
del beso lineal quise subir al labio,
tenderme en las superficies,
reposar por fin en la extensión dorada.
Así, mientras lo hacía,
desdeñe el azul profundo del océano
desde mi valle de cuarzo fantasmal.
Mas, ¿qué es eso? La extensión también era sólo límite puro:
¡donde un volumen iba a nacer, otro cesaba!
En ese silencio cortante,
en ese filo más exiguo que entre beso y boca,
¿Había yo creído tocar la substancia?
Sólo era volumen contra volumen despojándose:
¡y eso que era la nada, inasible y fugaz,
con cuánto amor ausente me atraía!
Frente al océano exclamé:
¡Todo no es más que lejanía!
— ¿Qué sabes tú? Cien niños juntos, cada uno de diez años,
¿suman mil años?
No sé. Arrojé al mar el poliedro
porque tuve conciencia que me había mentido.
II
Cuando el besar del vino hace saber al labio, ¿sabes tú lo que sabes?
Allí en el vino se reúnen, de tantas partes han venido,
sabor, color, olor y cuántas cosas más:
la suave pesantez, la penumbra hecha llama
se juntan allí como en un simple ejemplo.
Pero eso no es el vino.
O bien:
Tras la flexible caricia del agua, presente sólo para retirarse
cuando quieres cogerla,
está,
no lo húmedo, lo fresco, lo que inunda y anega.
Hay otra cosa. ¡El agua
también es un ejemplo!
Contempláis un grabado en blanco y negro. Como niño,
lo dais vuelta
por ver si la calle continúa al dorso
o el rostro muestra al otro lado
la desconocida nuca de la infanta.
Habéis llorado, tal vez,
buscando. No comprendisteis
que es sólo una ilusión para esperar.
Vemos el mundo, las avenidas, la boca viva en profundidad,
tibieza, blandura y consistencia;
vemos el mar, concentrado y extenso, moviente y fijo.
¡Quien nos lo hubiera dicho en un grabado!
El rostro del sol…-que aun ahora no podemos mirar-…no es el sol.
Sólo es el sitio donde estará el sol.
El olor del verano es sombra de olor.
El sabor del durazno, ¡sombra de sabor!
Tal como los números respecto a lo sabroso de aquellas cosas que enumeran,
no creas tú que es la relación de nota a nota lo que vale.
¡Es el timbre capitoso del fagot o el oboe,
y es la negra brillantez de la tuba!
¡Viola, tus vinos sustanciales acogen al sol en tu ramaje humano,
ángel caliente en el oído de la miel, venas frutales,
la sangre del estío y la abeja de oro que corona
la cuerda de la vida dichosa que he de oír!
Eso es lo que te espera. No es la línea del agua. ¡Es el agua!
¡Pero lo que todavía bebes
es la línea y el número del agua!
La columna rota yace como un juego inmóvil de distancias:
las abarca y colma en la medida
en que ellas, respetuosas, se contienen.
¿Amarás la distancia, el volumen, la forma?
¡Ah! la columna también es un ejemplo. No está aquí.
Sólo es un sitio y un momento adonde han vuelto
volumen, tiempo, pesantez, forma y distancia.
Ahí se tocan, se taponan, se resisten. Ninguna
puede desplegarse hasta lo pleno.
Pero ella, la columna, ¿qué otra cosa es sino una abstención,
una pausa, una esquina,
un compromiso, un silencio?
Dime: ¿qué tiene lo fresco que no tiene el agua?
¿Y qué tiene lo líquido que no posea el agua?
En cambio, el agua es mucho, mucho más que ellos dos;
y es mucho más dúctil, que lo curvo y lo líquido.
¿Y no es verdad que a ti te importa el agua mucho más que lo fluido,
que lo curvo y lo líquido?
Pero yo sé que hay algo que te importa mucho más que el agua.
No lo conozco. Sólo sé que ésta es una sombra de aquella otra.
En un charco de agua lo que ves es el reflejo del agua.
¡Y esta agua que yo bebo
no es sino un hueco reservado al agua!
III
Sacerdote: – ¡Hermanos! No tomen esta vida más que como un tránsito.
Esta vida sólo es un pacto. Lo que crean encontrar en ella es ilusión.
No se engañen. No se apeguen. No apetezcan las cosas
del mundo más que en la justa medida en que sirvan de instrumento,
un signo para la otra vida.
Mira:
Las flores no tienen color,
El mar es blanco,
La música es blanca,
El aire está vacío,
La aurora no ha comenzado,
Los frutos no tienen peso.
Y yo todavía no estoy.
En toda voz hay un gran hueco.
¿Qué las reviste? ¿Qué las dora?
Una promesa mantiene la situación:
El espacio no es más que una reserva.
¡Oh! el mundo es dos labios distantes.
¡Oh, hermanos míos: el mundo no es un beso!
¿Cuál es la causa?, me preguntarán ustedes. ¿Por qué la vida terrena
es imperfecta y falaz, vanidad de vanidades, como dijo el Predicador?
Hemos hecho una gran herida.
El mundo es una llaga. No hay substancia.
La Misericordia ha permitido reservar la órbita.
Vengo de existir.
Ahora vengo de no existir.
Asómbrate con lo que hay y con lo que no hay.
¡Cuán bellas hendiduras las de esa porcelana!
¡O las estrías de la fresadora!
Si el espacio fuera abierto, fuera nada más que vacío,
Ellas no serían posibles.
Y si fuera cerrado como compacta substancia,
¿Dónde se abriría la rosa? ¿Dónde nosotros?
Nosotros no estamos engrosados.
¡Estamos cavados!
Los invito a meditar en esta existencia efímera, en este mundo menguado,
materia porosa como las esponjas, carne roída por los días. Y los invito, también,
a comparar la inconsistencia de la materia y la eternidad del espíritu.
El ojo es ilusorio. La mirada, verdadera.
El beso es sólido. Los labios, de vapor.
Las lágrimas son blandas. El llanto es duro.
La mano es una nube. Cae en cada caricia.
Lo real no es la voz. Es el verbo.
El objeto desaparece. El hombre queda.
Tú todavía no estás. Yo todavía no estoy.
¡Ay! ¡Cuando estaremos!
Pero la promesa ha sido hecha:
“Yo soy el Camino, la Verdad
y la Vida”,
Sí, hermanos: por El,
Alguna vez llegaremos,
Alguna vez seremos,
Alguna vez viviremos.
Así sea.
IV
Arrojé al mar el poliedro: y el mar,
soberbio, lo arrastró.
Mas, ¿qué eres tú?
Tus olas de miseria, tus harapos coléricos,
tus salones desiertos donde muere la luz,
¿qué son?… Tan irreales que una y otra vez los sacudes
como queriendo expulsar la inmóvil oquedad.
Tus conos transparentes son hilos dados vueltas,
en donde un ciego mismo se adelgazaría;
y las llanuras que derramas con sal y con estrépito sólo son un espejo de alternados vacíos:
y el tiempo desmenuzado en gotas jamás se junta:
cada instante maldito al mar incomunica.
Más solos, más despojados son tus abismos que las planicies duras
del poliedro embustero que quieres despreciar.
La campana instantánea bate en la soledad,
y cuando sobre la arista efímera de las olas
ruedan tus multitudes de agua ausente,
ya nada existe sino estremecimiento
vasto, de pavor azulado por la inasible infinitud.
¡Vanidad de vanidades, eres el mar!
Suspensión de hilos huecos, rápidamente urdidos.
Sal que cose y cose
nada,
rebanadas de órbitas, ámbitos sin substancia ni cuenco:
puro perfil: ¡tú no me engañas!
Tus coronas, tus lenguas, tus destellos convulsos,
llagas son de infinita, tormentosa distancia.
Tus frenéticos filos, tus delirantes actos de inmodestia
¿qué son? ¡Menguadas líneas!
Y lo que nos ahoga no es el agua, es el vacío
que en ti acecha gota a gota
entre ola y ola
(la línea nada y nada, conjugando incesante,
verbo incansable sin persona que lo hable).
¿Por qué extremas tu convulsión, tu cólera?
¿Acaso no comprendes?
El beso es firme. Los labios, de vapor.
La mano es una nube. Muere en cada caricia.
Las lágrimas son blandas. El llanto es duro.
¡Delgado el aire y sólidos los días!
Hay noches en que creo oírte llorar,
hay días en que creo oírte reír.
¡Ilusión! La risa y el llanto vagan sobre ti
como una idea brumosa sin poder posarse
en el rostro de un demente.
Tus lágrimas no se juntan con el llanto;
tus dientes no alcanzan la risa:
¡Oh, mar inacabado!
Contigo quiero cruzar el Aqueronte
(¡tú, mar, llevado
sobre otras aguas!)
¡Rostro sin rostro, vamos!
También el hueco ardiente del sol
espera al sol.
No temas: la culpa es nuestra.
El mundo es dos labios distantes.
¡Nunca nadie ha besado!
Imagen del hombre, imagen desierta,
mar, tú como yo, aún no tienes nada.
¿En dónde estás, Nada rugiente?
¡Mar: haces falta!
Soy como tú: lugar inhabitado
Soy como tú: lesión horrible.
Tú, como yo, qué loca lejanía.
Tú como yo, con la mitad al otro lado,
y en tu pauta vacía, la música posible.
Tú como yo, tal vez, por fin, seremos.
¿Recobraremos el Verdadero Rostro?
¿Rescataremos la Realidad perdida?
Te lo prometo, mar.
¡Pero no volveremos!