Francisco José Cruz

Manera de no ser

 

 

 

 

La mesa

 

Si una cosa de las que tiene encima

le dijera que siempre no fue mesa,

que sus patas fueron antes raíces

–aunque las tenga lisas, torneadas–,

lo negaría con todos sus clavos,

barnices y molduras a pesar

de las vetas o venas que la cruzan.

 

Nunca ha echado de menos una rama

flexible, acogedora. Sin embargo,

siempre dispuesta todo lo recibe

sin quejarse del peso ni del roce.

Necesita sentir encima cosas

como si fueran pájaros dormidos,

confiados al ser de la madera.

 

 

 

 

Manera de no ser

 

Los fantasmas no existen: son tan solo unos vagos

temblores de vacíos

o de sueños.

 

Ni sábanas nocturnas ni cadenas ni pasos,

ni siquiera el ruido

que hace el viento,

 

son señales propicias para ver el milagro

de una imagen sin visos

de sus huesos.

 

Descarnados e insomnes, desconocen el barro

primordial del destino.

Son desvelos

 

inciertos de la infancia –la muerte no ha llegado–

o el perfil imprevisto

de un espejo.

 

Los fantasmas no existen: tan solo son amagos

de quienes nunca fuimos

ni seremos.

 

Acaso se conformen con vivir sin ser algo:

ni sombras de un olvido,

pero eternos.

 

De Maneras de vivir (1998)

 

 

 

Con mi hija

 

Papá, ¿los niños también se mueren?

Creía que solo se morían los viejos.

Si no me hago vieja,

¿me muero?

Yo no quiero morirme.

Y si no subo al cielo,

¿qué hago dormida en una caja

todo el tiempo?

Todo el tiempo voy a aburrirme.

 

Papi, cuéntame un cuento

 

 

 

 

A morir no se aprende

 

Vivir no es una escuela,

ni siquiera un camino,

que ya hubiera borrado la intemperie.

 

El tiempo no nos lleva

de la mano: es el aire,

el que arrastra a capricho los papeles.

 

No se aprende a morir.

Siempre andamos perdidos

en medio de las cosas y la gente.

 

De A morir no se aprende (2003)

 

 

 

Con la mosca detrás de la oreja

 

Ya tengo la mosca

detrás de la oreja

la misma de siempre

que zumba y me inquieta

que zumba y me pone

más y más alerta

antes de que un ala

me roce siquiera

Mosca rondadora

solo si se piensa

solo si se teme

conforme se acerca

sin que a estas alturas

de mi edad yo pueda

con un movimiento

simple de cabeza

al fin espantarla

Mosca cojonera

porque siempre vuelve

incordiante y terca

para recordarme

que es ella la eterna

la única mosca

detrás de la oreja

 

 

 

 

La mecedora

 

Siempre dice que sí la mecedora

se siente quien se siente a cualquier hora

del día o de la noche siempre espera

con los brazos abiertos de madera

Tiene ritmo de rama contra el viento

ritmo ancestral que es puro asentimiento

y ya esté ocupada o desocupada

no deja de mecerse ensimismada

Se siente quien se siente a cualquier hora

siempre dice que sí la mecedora

 

De El espanto seguro (2010)

 

 

 

En el tren

 

Si fuera así la vida,

en pos de su destino, pero lenta,

sin salirse un instante

de los férreos raíles

hasta llegar al final del trayecto.

 

Si fuera así la vida,

viendo pasar distraído el paisaje

tras un amplio cristal

y oyendo vagamente

el runrún runrún runrún de las ruedas.

 

Si fuera así la vida,

monótona, segura, como el tren

que se deja llevar

en pos de su destino,

¿quién en verdad la querría vivir?

 

 

 

 

El abrazo

 

Este miedo a quedarnos

el uno sin el otro,

a no morirnos juntos

 

–hagamos lo que hagamos,

aunque estemos absortos

cada cual en lo suyo–

 

nos trenza en un abrazo

tan carnal y redondo

que da la vuelta al mundo,

 

como si así los años

no pasaran del todo

mientras seamos uno…

 

hasta que ya el cansancio

de la vida, a su modo,

desate nuestros músculos

 

y quede entre mis brazos

tu ausencia sin contorno

o la mía en los tuyos.

 

De Un vago escalofrío (2015)

 

 

 

Lamento de Dafne

 

En medio de este bosque,

acaso para siempre estoy plantada

sin poder olvidarme

de la ninfa feliz,

de la ninfa que fui con forma humana.

 

Y extrañamente ahora

que es un robusto tronco ya mi cuerpo,

mis pies hondas raíces

y mis brazos dos ramas

movidas a capricho por el viento,

 

todo mi ser, oh Apolo,

todo mi ser vegetal te desea

con el mismo furor

con que me deseaste

cuando era yo de carne firme y tersa.

 

 

 

 

No llames a la puerta

 

No llames a la puerta,

contempla sin angustia la fachada

que ahora tienes delante

y no la de tu infancia,

cuyo alegre balcón han convertido

en estas dos ventanas.

 

No llames a la puerta,

que la niña que fuiste no te aguarda

entre estos viejos muros

como dócil fantasma,

sino dentro de ti cuando se asoma

a tus ojos con lástima.

 

No llames a la puerta,

quédate para siempre con las ganas

de saber quiénes viven

y cómo está la casa

donde viniste al mundo y te criaste

para que yo te amara.

 

No llames, amor mío,

sigamos calle abajo nuestra marcha.

 

Inéditos

Francisco José Cruz (Alcalá del Río, Sevilla, España, 1962). Ha publicado los siguientes libros de poemas: Prehistoria de los ángeles (Premio Barro ... LEER MÁS DEL AUTOR