Cuidador del telar
A INGER CHRISTENSEN
Cuando Orión y Sirio,
cuando las Pléyades,
a orillas del cielo,
existen cercanas al final de su vida,
un futuro de 250 millones de años,
existe el ruido que produce esa débil
agonía,
la culebra deshidratada en el estanque,
el ruiseñor y su telar de mayo, halo rojo cuando hace la calor en las fábulas
de las tejedoras, el ruiseñor y su pareja, la dulce amiga, con la blusa abierta
empapada de mayo, existen porque cantan a dúo,
cantan hasta bien entrada la noche, por encima de cualquier débil agonía,
por encima del ataque de cualquier depredador (entonces el canto de amor es
alarma que suena como el croar amplificado de las ranas),
-algo se puede traducir de esa bulla a lengua latina: “huir”, “peligro”-,
(en versión muy libre),
y cantan: existen en el cielo, oh Hesíodo, por encima de cualquier constelación,
sobre la belleza del tiempo (san Agustín)
yo estoy con mi amiga,
bajo la flor de ese canto,
cuando esa avecita con su canto nos alegra y regocija en la Primavera,
nombrada en latín: Luscinia, porque canta al alborada. (Se-
¬bastián de Covarrubias),
existe el ruiseñor sobre el lomo de un buey, estampa proveniente del Bosco o
de su escuela familiar;
existen las aglomeraciones de cigüeñas pintadas de rojo, que contrastan con
el campo pálido y la razón, también pálida;
existen otras dulzuras carnales, los 2 jovencitos dentro de la torre de coral,
existen los enterramientos dentro de las viviendas, existe un bebé dentro de un vaso de
cerámica transparente,
y existe la fuerza ordenadora del azar, las cigarras ordenadoras de vida exis-
ten, Orión
y existe Inger Christensen, y su silla amorosa, giratoria, fija en el vuelo,
Inger existe,
traducciones al danés del lenguaje de los ruiseñores del Nuevo Mundo, existen
valles muy jóvenes,
cuando existe el país disciplinado de cigarras de la poetisa, existe la 67
Estrella Perro,
el esperar de 250 millones de años, la fuerza del instinto, el esperar para tras-
ladar esa fuerza a otros 250 millones de años,
en esos millones de años el ruiseñor casi va a perder la respiración,
atado a la fuerza de la flor helada, tallada a mano, como las Pléyades,
lascas en el estanque de la flor profunda, estrecha, vacía, para decir
los soñadores, los trovadores existen, escriben para no ser soñados ni leídos,
a veces existen en los sueños, aparejados en los sueños igual que parejas de
ruiseñores,
cuando la culebra ordeñadora de mujeres recién paridas se hidrata en el estanque
-mete la punta de la cola en la boquita del bebé para que no llore-, entre los peces
que han esperado fuera del estanque celeste
la agonía del cielo,
la agonía de la buganvilia blanca, la agonía de la buganvilia roja,
la agonía débil de los desiertos, la agonía débil de los resucitados,
aunque existen los fusilamientos, las fosas comunes
Hesíodo dijo No No
No
hay lugar para los tiranos ni para el que habla con torcidas razones,
el huésped asesinado por el hospedero, existe,
existen los que honran al ejecutor de crímenes, esos que hablan con torcidas
razones, cada uno saqueará la ciudad del otro,
¡Hesíodo!, el pueblo termina pagando la locura de los reyes,
¡oh reyes tragones de obsequios!,
expertos criminales sentados en sillas de criminales,
cuando las Pléyades
40 noches y 40 días ocultas
reaparecen al afilarse el hierro,
el comienzo en la muda de ropa, otra vez las cigarras, las mal amadas cigarras
existen, y el futuro, y el futuro y el vinagre, interrumpe Inger, yo la veo, la oigo,
repite, dice, las bombas atómicas existen,
no puedo leerla, es como Orión y Sirio, como las Pléyades a orillas del cielo, la veo
en mi cama de tierra que existe, en los muertos que existen (son ideas de
último momento),
en mí este comienzo primaveral sin cabalgadura nunca va a terminar, un co-
mienzo de caballo sin freno,
la novela íntima que crece entre paredes de canto negro, sin testigos,
estoy con mi amiga bajo la flor de ese canto que va a durar miles de millones
de años,
nos movemos como plantas acuáticas en el estanque, como culebras hidratadas,
algo grita el vigilante del Telar,
recoge todo el trabajo de Deméter,
desnudo haz la siembra
desnudo labra,
desnudo siega,
no orines contra Afrodita con las vergüenzas manchadas de semen, (sigue
Hesíodo),
la estridente cigarra
posada en el árbol
difunde su agudo
cantar insistente
al afilarse el hierro
bajo las alas,
Hesíodo existe,
Cuando Orión y Sirio,
cuando las Pléyades,
muy abajo del cielo,
ese techo tranquilo,
las plantas acuáticas abajo del firmamento,
permanecen en silencio,
ellas tratan
de decir tu nombre, al final
13 de mayo, por la tarde.
(De Lascas, 2017)
PARA ALLÁ SOBRE ACTEAL HAY MUCHAS ESTRELLAS
Para allá sobre Acteal hay muchas estrellas, en la resurrección no me dejan dormir,
en las yemas de mis dedos relumbran y son el porvenir de los sacrificados/
Que estoy viendo, sintiendo, esas estrellas tal vez difuntas o viudas/
Ese espacio funerario donde otro porvenir se origina, también
en la mesa incontenible de olvido, de presentimientos fugaces, ya podrida, vacía/
Hay largos campos que dejarán de existir cuando toquen el alimento del vértigo,
cuando te toquen a ti, te despedacen, te destierren de la humedad
que padeces adentro de la cueva donde has grabado una vulva roja,
donde has dormido otra vez junto a los huesos insepultos de tus padres/
Escuchas el furor de allá fuera, el revuelo de lo
impenetrable, lo fértil de lo temible/
Esa estrella sin alimento que sabe del ruido blanco de lo que caduca,
de lo grandioso de los cristales extendidos como la
heredad de cualquier turbulencia/
Di, no sabe dormir, deletrear, estalla en un grano en
desasosiego, ya no tiene visiones,
yace en lo incomprensible al desplazarse en los caracteres de la memoria,
en los más íntimo de la casa donde ha engendrado hijas vertiginosas/
“Todo descansa en los árboles”, dijiste y yo dije: “¿Qué es esa cal negra?”
Lejos, en el mar, otra turbulencia, en otras manos, nace para confundirme,
nace sin signos, más allá sin comprender nada, allá celo sin medir/
¿Qué es ese oleaje que me sacude y me venda? Las olas
chocan con el advenimiento del celo, se introducen en mis caracteres,
me despedazan en la rosa irremediable, me hacen entrar
por otro resquicio del paisaje,
donde ando a tientas, ignorado, por donde llego a mi antigua casa/
Me esperan mis padres ya muertos, mis hermanos también muertos,
yo mismo un muerto, alguien se desmaya, alguien tarda en despertarse/
Entramos en otra casa, en el corral relincha la yegua del abuelo, en el brocal
del pozo armas melladas/ ¿Qué es esa inconsistencia de cadáver? ¿A dónde
van esas mujeres por el corredor? ¿Quién se aflige y deja de crecer como la
hierba en mi espalda? ¿Hacia dónde va la casa y nos resistimos, nos agarra-
mos de las manos para no caer, para que no nos trague el celo de la agonía,
el celo negro de la resurrección?
En el vértigo mi padre y madre copulan, yo los escucho desde una cuna de paja,
las hojas de mi invisibilidad se rompen, mis hijas van y vienen por la cocina,
escuchan que la madre y yo copulamos/ Toco las cicatrices de mi mujer y las
semillas se hinchan en las plantas de sus pies/
Con la negra guitarra canto en la noche, me escucha la rana-vaca desde el lodo,
una canción adánica, cuando hay demasiados dioses, con la boca llena
de huevos de serpiente, con la boca soñolienta, para resistir, en la resistencia,
esperando la otra caída, emergiendo de las hojas viejas, en la montaña en
gestación, en las cuatro puntas del horizonte, en el último siglo de las hierbas
errantes, en el día del desmayo y la orfandad, cuando vuelvo a desmayarme
recargado en adobes de caracteres extraños/ Estoy y no estoy entre la mul-
titud de criaturas golpeadas, en el coro final de los linces, en la cólera
de los pobres que arrebatan mi invisibilidad, me sacan a empujones de las
habitaciones, me dejan tirado entre dos cerros, en el caos de la incesante
eyaculación nocturna que relampaguea en mis huesos/
“¿Cómo puede el sufrimiento estar hecho de palabras?”, me preguntaste y entré
en otro altar para arrodillarme, continuar lamiendo otras bestias dóciles, las
que están ciegas bajo la piel pálida de la luna/ Mi mujer camina descalza por
entre los surcos y va dejando las semillas/ Yo cierro el libro/ Siento su inmen-
sidad de vidrio sin esperanza abierta/
Di la cólera enronquece mi rostro, me hace recuperar las
arrugas de los dedos, para purificarme donde ya no hay
claridad, donde los anillos se abren por última vez/ Di
voy de un metal alado a la desintegración, no existes y
no existo en el mes que nos va a elegir/
Existimos con una laja incrustada atrás del paladar/
No hay nada, no hay nadie, vamos a entrar en alarido al
daño, tú vas a caer, yo voy a acercarme con lazos ensangrentados
a tu cadáver, con imágenes iniciadas en cierta turbulencia,
con expresiones bestiales vas a recibirme y no sé si voy a ser
el recién desenterrado porque tú y yo somos los asesinos
que no podrán resucitar ni podrán encontrarse en ningún
libro, en el momento de la sedición de criaturas que fingen
transparencia en lo incierto/
Bajo el águila del espanto que nos conduce con rostros de
viento para oscurecernos en Xibalbá,
viendo cómo las estrellas se traban como perros y perras/
Sobrespejismos con alas venenosas/ Cuántos vasos coléricos/
Cuántas consideraciones arcaicas/ Se imantan/ Vuelven de ansia/
Ya venado tan recio y perfecto/ No vuelve/ Nada vuelve/ Todo
existe con un golpe de escritura en la casa donde nací,
donde me decapitaron y enterraron mi cabeza/
Di lo que está debajo/
Di lo que comienza.
CON JUVENAL, Y ESCENAS DEL BOSCO
1
Año de 1968, lo recuerdo bien, mi amigo Leopoldo Duarte, en su tienda,
Libros Escogidos, Avenida Hidalgo sin número, a un costado de la Alameda
Central, me regaló las Sátiras, de Juvenal. (Traducción: Antonio Espina. Dibujo
de cubierta: Estrada. Colección de bolsillo. Edime/ Caracas-Madrid, 1966).
“Es un libro ácido, que arde, estrangula, ten cuidado con él, trastorna al que
le urge librarse de la manía de escribir,” me dijo, amenazante, riéndose.
2
“Los hombres del porvenir podrán comprobar que no ha habido una época
tan llena de maldades y vicios como la nuestra”, leo al final de la primera
Sátira. Comprendo que Décimo Junio Juvenal no tiene país ni edad, que sus
poemas no pertenecen a nadie.
Soy un hombre alcanzado por ese porvenir, que no esperaba un final desas-
troso, en su propia casa. Que apenas atisba desde esa casa la belleza discon-
forme con la belleza conforme.
3
¿Qué es lo que está pasando? Lo que no se puede controlar, supongo. Desea-
mos una vida limpia y vivimos una sucia: la vida de la vieja historia; la del
país demencial del Bosco.
Sin embargo, la compulsión primordial de la luz perdura en los fragmentos de
las fábulas y extravíos de la belleza; en los telares donde se trabaja un tejido
irrepetible, sin desfallecer.
4
¡Honor al dinero! Han erigido templos blancos y gélidos para adorarle. Donde
somos obligados a hincarnos.
El constructor de esa belleza minimalista, nos mira a todos con desdén desde
lo alto de un carruaje blindado, sobre almohadones blandos. Luce un anillo
con un león de dos cabezas, en cuyo compartimento secreto reposan gotas de
arsénico con extracto de taxus baccata.
5
Con Juvenal, estoy atento a todo lo que nos agita, para sentir el corazón que
brinca a la manera del corazón de los anfibios que tanto se parecen a nosotros,
por nuestra doble naturaleza.
Como el satírico, no quiero curarme de la manía de escribir, a pesar de la
constante historia de los envenenamientos. Ni desarraigarme de la belleza con-
ductora del tiempo, que apenas avizoro.
Juvenal supo que las trampas que rodean al hombre son tantas como la es-
puma que rodea al que se zambulle en el mar. Espuma que nos envenena el
pensamiento; amortaja la cabeza cercenada de la Musa.
6
No existe la belleza perfecta ni la imperfecta ni la que busca un segundo naci-
miento. Existe la demencia de los cerrados a la belleza de este tiempo. La que
busca un tercer nacimiento.
7
En el país del Bosco un carro de heno es escoltado por guardianes devotos del
dinero. Los cofrades se empujan, se golpean, se atropellan. Yo mismo yazgo
bajo las ruedas del carro.
Matones que han secuestrado a un hombre, lo amarran a un palo, se alejan
con la paga del rescate, con la ropa de la víctima.
Otra escena: una pareja baila al son de una bandurria, mientras cada uno del
público toma lo que puede del heno dorado.
Por todos los rincones de los trípticos las tentaciones del Maligno: los orificios
de su máscara se agrandan para observarnos; una legión de lestrigones, sin
prescindir del sueño, con doble sueldo, ejecutan sus órdenes.
Nada parece negar al Bosco. En el barco llevado a cuestas por una criatura
mitad murciélago, mitad reptil, peces rápidos vuelan por el aire. Hasta el bar-
quero participa en los excesos, lanza escupitajos al mar, deja caer el remo para
que lo muerdan las olas, se atraganten con los pedazos.
¡Aves carnívoras regurgitando!
Una mujer flagelada brota de un tronco hueco. Los iracundos colgados de
ganchos de carnicería.
Una operación quirúrgica para extirparme la piedra de la Locura. Yo soy el
hombre que mira hacia ustedes, aunque en realidad lo que se me está extir-
pando es una flor, un tulipán.
8
Muy lejos, muy lejos. Sentado en la banqueta de mi casa, me detengo para es-
cuchar la chirimía de don Ubaldino Villatoro, músico sagrado de Izapa. Desde
sus pulmones hinchados dice que los días no retornan con los actos coléricos.
9
El pájaro carpintero que está en el flamboyán de mi casa, con el pico saca los
gusanos ocultos bajo la corteza de ese árbol llegado de Madagascar. Los saca
de sus escondrijos, los devora. Yo apenas lo avizoro. Esa es la fuente de la vida.
Es la fuente de la inagotable fantasía.
10
De pie, entro al campo de la sagrada paloma. Someto a prueba la ligereza de
los materiales con los que trabajo. ¿Son los que me cubren, los que me pesan?
¿O son los frutos del engaño y el desperdicio? ¿Acumulados en los lugares
propios e impropios del Bosco? ¿Donde el blanco y el rojo han perdido sus
atributos humanos? ¿Una destrucción deliberada de nuestros bienes eternos,
de nuestros bienes caducos? Es tan difícil apostar a la reinvención.
11
Empinado me dispongo a esperar la extinción del mochó, lengua con sólo 141
hablantes, en las faldas del Tacaná; y a que me agarre el furor del puzunque
con esos 141 habitantes del planeta.
Y en el volcán de niebla eterna meterme sin preguntas a las cuevas con olor a
esperma de ocote.
12
¿Dónde están las cosas que hay que multiplicar? ¿Dónde están los fragmentos
que hay que restar? ¿Dónde están las partes que había planeado ensamblar?
He borrado todo para dejar nada más espacios blancos.
Puedo decir, como Amós, que las palabras tartamudas no pertenecen a nadie.
Otro engaño.
13
Hago a un lado los momentos de profundo escepticismo, al escuchar a la ciga-
rra que dice, “tienes que salir, yo me ocuparé de los depredadores”. Muy cerca,
a mi izquierda. Medio ladeándome.
14
Por orden de Trajano, Juvenal fue desterrado a Egipto.
El poeta escribió: “Los egipcios son verdaderamente monstruosos, sería difícil
narrar las supersticiones que practican; donde yace la antigua ciudad de Te-
bas, la de las 7 puertas, no se rinde culto a Diana”.
15
El carruaje blindado que mencioné en las líneas de arriba, no termina de pasar.
Lo escucho sentado en mi banqueta.
16
Siempre he estado agradecido con Leopoldo Duarte, por el regalo que me dio.
Polo me dijo que Antonio Espina, el escritor madrileño paisano y amigo de
su padre, había sido elogiado por Juan Ramón Jiménez. Que había combatido
toda clase de inmoralidades y vicios, en la España franquista. Que en el punto muerto
y el ruido, no ignoró nada. Y a su amenaza le respondí, riéndome, que
después de tantos años, no me urge librarme de la manía de escribir.
Viene hacia mí y nos abrazamos. Nos reímos los dos.
17
Tuxtla, Chiapas, a 5 de enero, 2016, por la tarde.
(De Lascas, 2017)
CUIDADOR DEL TELAR
Después del parto, disponga la mujer su telar, se aplique a la faena.
Beba vino sentada en el trípode adivinatorio, se bañe bajo la cascada.
Desnuda lave el vellón del borrego, en las ollas de barro con agua por debajo
del punto de ebullición;
desnuda recolecte flores con pelos amariposados; exprima la corteza rugosa
del llorasangre, que al olerse quita todo dolor;
desnuda acuchille el saúco rojo, recoja la savia con cucharas fabricadas del
tronco dañado;
desnuda tiña la lana, en el agua hirviendo, cuando las burbujas rompan la
superficie de las ollas, y los brazos empapados en el breve sueño del vapor,
reaparezcan.
Va a ser tiempo de retar a la anciana, de narrar en un tapiz los episodios de los
dioses, disfrazados de animales para cometer crímenes sexuales.
A esperar que los bueyes sin bozal rompan el arado, destrocen el telar; dé
comienzo la guerra.
Y orine de pie, vuelta frente al sol.
Cuando el viento comienza a soplar, los hilos del telar se enredan. Es un mal
viento.
Junto al hermoso soto, apretado, que no lo puede atravesar una flecha, la teje-
dora amamanta a su criatura,
mientras dos ángeles abren las cortinas.
LINCE…
Lince, déjame despertar, déjame agarrar la mano de mi madre
vencida en el avasallamiento de las serpientes, déjame ser
el ojo felino de mi padre, déjame con ojos enconosos ser la
semilla enconada en mis calenturas, déjame con lienzos
incorruptos, sangrantes, en el augurio goteante, porque no
hay nada en mi jícara, porque no existe el canoero que ha
de extraviarme, porque no quiero engendrar nada, en la
salud de la trama sólo quiero tenderme para ser clavo
de las flagelaciones cuando pasan por mi labios lazos
alcanforados,
en esa turba verbal que soy sin comprender nada, para nacer
de nuevo en una cuna de paja, cuando ya es demasiado tarde,
todo ha sido encumbrado y recio para voltearme, quedar sordo,
con el hígado encanecido, esperando la otra caída, el otro
espasmo de pez/
Hongos secos, montón de paja, guardador del monte, despertador
del polvo/
Oh lince, emergiendo de las hojas viejas, vigila sobre mi fuego
estas joyas tremendas/
Oh lince, sé múltiple en el granizo y en el pajuil que silba
largo en los desperdicios de la luz/
Lince, mi invisible vaso, mi galaxia incomprensible, mi
estoraque prendido.
(De Lienzos Transparentes, Aldus, 2003)
VEINTE
Es otra la llave, otra la puerta, otra la casa, otro el hombre que perdió familiares
y amigos, sin llanto .
Con una taza de café en los labios, entre muebles a punto de arder, es otra la
corriente que te contagia para meterte en el deshielo; es otra la casa que no habitarás,
tu cansancio dice que no existe; pero permaneces como esas lascas que te
desvanecen un rato, dando de vueltas, con un envoltorio de nubes sin descargar.
Es otra la buganbilia que se atora en tu garganta . Es otra la taza de café sin inspi-
Ración. Es otra la salamandra que se te cuelga del hígado. No sabes hacia dónde
ir; el otro que te vigila también duda cuando pisas el acelerador y los maizales
se doblegan.
Giras a la derecha, te estacionas, estás en el umbral, a punto de abrir la puerta,
entrar en la cámara de turbulencia . Llamas. Te vuelves. Otro el hombre . Es un
asunto complicado .
(Antes de correr las cortinas, leo en voz alta, con los brazos cruzados . Para no perderme,
deletreo, hago pausas; borro, vuelvo a teclear. Aparecen frases que no entiendo; otras
que no corresponden a lo que llevo escrito; o palabras que se interrumpen, prosiguen o se
repiten; intermitentes como la luz que en el automóvil indica el cambio de dirección. Allá
abajo algo que no va a perdurar. Arriba cosas con aparente estabilidad molecular. Con
las cortinas a temperatura de ignición. La mesa muy lejos. Apago a intervalos sucesivos y
frecuentes una o varias luces. Entre el escritor y el desconcierto, el calor y las radiaciones
que emite la computadora .
Una autopista íntima, cuando tecleo . No está en esta lectura . Se difumina mansa-
mente)
Hay habitaciones que nunca se han abierto, como las que resistieron los agua-
ceros de septiembre, junto al cadáver de mi pueblo natal; hay cicatrices que
nunca se han cerrado, como aquellas del odio entre familias, que costaron tantas vidas .
Y hay ventiladores que no han podido despegar, emprender el vuelo a otros espacios;
y otros muebles, de tan arraigados, que tampoco viajarán . De un fuetazo
los pongo a dormir.
Todo revuelto, las ventanas arrancadas a toda prisa, para que no se larguen a
otros aguaceros. Las buganvilias metiéndose con todo y barco hasta la cocina.
Toda revuelta la cama, las sábanas húmedas, los cuerpos dormidos, como tablas
dobladas, como clavos en la pared.
Todo incontrastable, para sacudirme con la idea de llegar al carbón que llora. Sí,
en la revoltura de las puertas romper los órganos internos de las paredes, apagar
el cemento que aún viaja . Que todo lo oculto vaya llegando a mi mesa de trabajo,
para que lo limpie, lo ponga en cajas de cartón, y dentro del clóset.
Voy a viajar en las aspas de un ventilador. Voy a tirar por la ventana una silla. Voy
a atornillar bien una ventana. Voy a podar las buganbilias para que no atraviesen
la pared blanca. Voy a encerrar la lumbre en una caja de cartón.
Soy un excombatiente del odio entre familias, que vio caer a sus amigos, que los
cargó hasta la puerta del lavatorio; no fui de los mejores, ellos no han sido pari-
dos aún; nadan en el líquido amniótico, y se ahogan.
Tanta matazón.
Las explosiones solares, rajan mi casa .
Nadie puede cargar un planeta muerto . Nadie es el iluminado debajo de la cama.
Nadie da voz a nadie.
Yo he visto a un niño arrastrado por un paraguas. He visto que alguien grita sobre
una casa inclinada . He visto regresar las paredes a las casas humilladas. He visto
la piedra cósmica del verano.
He escuchado al iceberg que canta.
(De Estratos, 2010)