José Ángel Cilleruelo

Una estación sin nadie en los andenes

 

 

 

 

UNA ESTACIÓN SIN NADIE en los andenes,

un banco en la avenida y nadie cerca,

un almacén abandonado,

el tope de una vía muerta,

un autobús vacío,

un jardín solitario,

un tren sin luces,

la madrugada,

un hueco.

Yo.

(Maleza, 1995)

 

 

 

BALADA DE CONEY ISLAND

 

Cuando cae la tarde

y los bañistas abandonan

el lugar tras un sábado de playa,

vestidos solo a medias y la toalla al hombro,

las gaviotas, en grandes grupos,

se reparten la arena, imitando quizá

a quienes ya se aprietan

sobre los andenes, camino

de la ciudad.

Desde un bidón así,

como este al que ahora me encaramo,

contemplé las gaviotas

el día en que cumplí los diecisiete.

No lo recuerdo por casualidad.

Era domingo y todos habían ido al baile

menos yo, que acunaba mi primer desengaño.

Las vi llegar

y mezclarse con los bañistas últimos.

Pensé que desde ese momento ellas

iban a convertirse

en un símbolo propio del amor.

Admiré su plumaje blanco y puro,

la soberbia quietud y elegancia del vuelo,

y encontré reflejadas sobre el gris de sus alas

las cenizas de un día calcinado.

También tuve, sentado en el bidón,

una esperanza súbita: los grises

eran más suaves que las puntas negras

de donde procedían.  Luego escribí:

«Vuelo de las gaviotas:

negro, gris, blanco: puente hacia lo puro».

En eso pienso ahora mientras veo

cómo rebuscan con el pico

entre la arena y cubos de basura

restos que tragan con innoble prisa:

lonchas de mortadela en bocadillos

mal mordidos, filetes rebozados,

muslos asados en los puestos de la calle

que los niños esconden tras morder la crujiente

grasilla de la piel.

Qué pajarracos

carnívoros, rastreros y farsantes

fueron un día el símbolo más puro del amor.

Amor…

(alguien asoma tras las dunas,

medio desnudo, las insulta y lanza

latas a su intrusismo tan malsano

y obsceno) las gaviotas lo recuerdan

siempre

cuando cae la tarde.

(Salobre, 1999)

 

 

 

PINTURAS / 1

 

La muchacha de ojos claros busca

encender el candil frente a las sombras.

Presiente ya el desorden de la noche

en la pereza de la luz gastada.

 

Toma la vela con la mano izquierda

y dirige la llama hacia la mecha.

Un arco con arenas parpadea

y destierra lo oscuro a los rincones.

 

Recupera la aguja, su dedal

y los trapos que arrumba en el regazo

para zurcir los antiguos remiendos.

 

El canto de los pájaros se ahoga

tras la ventana abierta hacia el verano.

Aunque llegara, no hablaría el tiempo.

(Formas débiles, 2004)

 

 

 

TÚNELES / 9

 

Un día escucharé hablar por radio

del amor, mientras limpio los pasillos

y gabinetes del gran edificio

de la Esperanza. Sonará la voz

desde el carro, entre paños, botes, cubos,

la voz que a todos habla del amor.

Mientras aspiro la moqueta y friego

las letrinas se alzarán las palabras

con su pequeño túnel de verdades,

con ese cosquilleo tan menudo

que da la felicidad. Y a mi hora

me iré a la calle como quien un día

sale de la maternidad y en brazos

lleva un hueco y en brazos mece un hueco.

(Formas débiles, 2004)

 

 

 

SUBWAY RESTAURANT

 

Nadie que no pasee desvelado

un domingo a las ocho, una mañana

de otoño por las calles de Carlisle,

sabrá cómo mis ojos han hablado

 

con Dios. Colores de comida rápida,

con hechuras y precios para el ruido

y mesas apretadas: en silencio.

Como una ermita, como un camposanto.

 

No estaba escrito que se entrara allí

para ver, en el anodino gesto

de una empleada solitaria, el hueco

 

de uno mismo. Con el desamparo

de un menú tan incomprensible como

esta vida que tiznan las ausencias.

(Frágiles, 2006)

 

 

 

CÓMODA CON INSECTOS

 

Una cisterna que gotea,

el hollín de la luz cuando traspasa

los cristales, hedor a olvido,

gorjeo de una radio mal

 

sintonizada hace tiempo,

desde cuando bailábamos los sábados

por la tarde en el comedor,

inmortales los dos, la vida.

 

Una ventana que no encaja,

dejadez y abandono en todas partes

donde mire. Las emisoras

 

de la ciudad radiaban música

la noche entera. Imaginábamos,

insensatos, que aquel era el final.

(Tapia con mirlo, 2014)

 

 

 

 GARZAS

 

Las garzas buscan días claros

para posar en los prismáticos

que las observan. Sobrevuelan

a baja altura el bosque

y planean por las orillas,

junto a los juncos, paspartú entre marco

y dibujo. Sumergen la mitad

de sus zancas y el pico entero

en las aguas, avanzan

despacio, trazan círculos

perfectos en la superficie

y provocan un leve chapoteo

que solo escuchan los silencios

del río cuando el cauce

confunde lo que fluye

con lo que permanece.

Y entre tanta quietud,

estampan por el aire ameno

la ronca destemplanza

de su graznido. Nada se comprende

entonces. Así actúa

la realidad.

(Pájaros extraviados, 2019)

 

José Ángel Cilleruelo (Barcelona, España, 1960). Es escritor, traductor y crítico literario. Su obra poética ha sido reunida en los volúmenes El don im ... LEER MÁS DEL AUTOR