Una estación sin nadie en los andenes
UNA ESTACIÓN SIN NADIE en los andenes,
un banco en la avenida y nadie cerca,
un almacén abandonado,
el tope de una vía muerta,
un autobús vacío,
un jardín solitario,
un tren sin luces,
la madrugada,
un hueco.
Yo.
(Maleza, 1995)
BALADA DE CONEY ISLAND
Cuando cae la tarde
y los bañistas abandonan
el lugar tras un sábado de playa,
vestidos solo a medias y la toalla al hombro,
las gaviotas, en grandes grupos,
se reparten la arena, imitando quizá
a quienes ya se aprietan
sobre los andenes, camino
de la ciudad.
Desde un bidón así,
como este al que ahora me encaramo,
contemplé las gaviotas
el día en que cumplí los diecisiete.
No lo recuerdo por casualidad.
Era domingo y todos habían ido al baile
menos yo, que acunaba mi primer desengaño.
Las vi llegar
y mezclarse con los bañistas últimos.
Pensé que desde ese momento ellas
iban a convertirse
en un símbolo propio del amor.
Admiré su plumaje blanco y puro,
la soberbia quietud y elegancia del vuelo,
y encontré reflejadas sobre el gris de sus alas
las cenizas de un día calcinado.
También tuve, sentado en el bidón,
una esperanza súbita: los grises
eran más suaves que las puntas negras
de donde procedían. Luego escribí:
«Vuelo de las gaviotas:
negro, gris, blanco: puente hacia lo puro».
En eso pienso ahora mientras veo
cómo rebuscan con el pico
entre la arena y cubos de basura
restos que tragan con innoble prisa:
lonchas de mortadela en bocadillos
mal mordidos, filetes rebozados,
muslos asados en los puestos de la calle
que los niños esconden tras morder la crujiente
grasilla de la piel.
Qué pajarracos
carnívoros, rastreros y farsantes
fueron un día el símbolo más puro del amor.
Amor…
(alguien asoma tras las dunas,
medio desnudo, las insulta y lanza
latas a su intrusismo tan malsano
y obsceno) las gaviotas lo recuerdan
siempre
cuando cae la tarde.
(Salobre, 1999)
PINTURAS / 1
La muchacha de ojos claros busca
encender el candil frente a las sombras.
Presiente ya el desorden de la noche
en la pereza de la luz gastada.
Toma la vela con la mano izquierda
y dirige la llama hacia la mecha.
Un arco con arenas parpadea
y destierra lo oscuro a los rincones.
Recupera la aguja, su dedal
y los trapos que arrumba en el regazo
para zurcir los antiguos remiendos.
El canto de los pájaros se ahoga
tras la ventana abierta hacia el verano.
Aunque llegara, no hablaría el tiempo.
(Formas débiles, 2004)
TÚNELES / 9
Un día escucharé hablar por radio
del amor, mientras limpio los pasillos
y gabinetes del gran edificio
de la Esperanza. Sonará la voz
desde el carro, entre paños, botes, cubos,
la voz que a todos habla del amor.
Mientras aspiro la moqueta y friego
las letrinas se alzarán las palabras
con su pequeño túnel de verdades,
con ese cosquilleo tan menudo
que da la felicidad. Y a mi hora
me iré a la calle como quien un día
sale de la maternidad y en brazos
lleva un hueco y en brazos mece un hueco.
(Formas débiles, 2004)
SUBWAY RESTAURANT
Nadie que no pasee desvelado
un domingo a las ocho, una mañana
de otoño por las calles de Carlisle,
sabrá cómo mis ojos han hablado
con Dios. Colores de comida rápida,
con hechuras y precios para el ruido
y mesas apretadas: en silencio.
Como una ermita, como un camposanto.
No estaba escrito que se entrara allí
para ver, en el anodino gesto
de una empleada solitaria, el hueco
de uno mismo. Con el desamparo
de un menú tan incomprensible como
esta vida que tiznan las ausencias.
(Frágiles, 2006)
CÓMODA CON INSECTOS
Una cisterna que gotea,
el hollín de la luz cuando traspasa
los cristales, hedor a olvido,
gorjeo de una radio mal
sintonizada hace tiempo,
desde cuando bailábamos los sábados
por la tarde en el comedor,
inmortales los dos, la vida.
Una ventana que no encaja,
dejadez y abandono en todas partes
donde mire. Las emisoras
de la ciudad radiaban música
la noche entera. Imaginábamos,
insensatos, que aquel era el final.
(Tapia con mirlo, 2014)
GARZAS
Las garzas buscan días claros
para posar en los prismáticos
que las observan. Sobrevuelan
a baja altura el bosque
y planean por las orillas,
junto a los juncos, paspartú entre marco
y dibujo. Sumergen la mitad
de sus zancas y el pico entero
en las aguas, avanzan
despacio, trazan círculos
perfectos en la superficie
y provocan un leve chapoteo
que solo escuchan los silencios
del río cuando el cauce
confunde lo que fluye
con lo que permanece.
Y entre tanta quietud,
estampan por el aire ameno
la ronca destemplanza
de su graznido. Nada se comprende
entonces. Así actúa
la realidad.
(Pájaros extraviados, 2019)