Gerard Manley Hopkins

El mar y la alondra

 

 

(Traducción al español de Antonio Rivero Taravillo)

 

 

 

QUE LA NATURALEZA ES UN FUEGO HERACLITEANO Y DEL CONSUELO LA RESURRECCIÓN

Nube de bejines, desgarrados penachos, lanzadas almohadas se pavonean, luego se precipitan en una carretera
construida en el aire:  jaraneros del cielo, en abundosas bandas parranderas; relumbran marchando.
Abajo se abalanzan, deslumbrantemente blanqueados, doquiera un olmo se arquea,
lucerúleos, sombraceantes, se abrazan en largos látigos que alancean, machihembrados.
Con cuánto encanto el brillante viento violento relinga, embate y desnuda
la tierra de las arrugas de la pasada tempestad; en charca y bache
reseca el cieno centuplicado en apretada masa, costra, polvo; almidona y cura
escuadrones de máscaras y máscaras humanas, en hollado lodazal los afanes.
Pespunteando por pies.  La hoguera de la naturaleza arde alimentada por millones.
Mas apaga su chipa más bella, la que le es más cara, la de más clara
raíz, el hombre ¡y que de pronto su abolladura de fuego, su marca en la mente se esconde!
Ambos se ahogan en una insondable, todo está en una vasta
Oscuridad.  ¡Oh, piedad e indignación!  La figura del hombre,
que brilló pura, separada, una estrella, la muerte la borra, no queda nada
en él tan puro sin que lo borre
la vastedad y el viento abata.  ¡Basta!  La Resurrección
¡una corneta del corazón!  Fuera, jadeos de congoja, jornadas sin júbilo, la deyección.
Brilló por mi cubierta que zozobraba
un faro, un rayo eterno.  Que la carne se marchite, y la mortal inmundicia
caiga para el gusano universal; que el incendio del mundo sólo deje cenizas.
Tronando la trompeta, enseguida,
soy de repente lo que Cristo es, puesto que él feu lo que yo soy, y
ese cualquiera, ese tío, ese tiesto, ese trasto, esas trizas, diamante inmortal,
es diamante inmortal.

 

 

LA GRANDEZA DE DIOS

El mundo lo blasona: la grandeza de Dios.
En llamaradas saldrá, cual brillo de lámina agitada;
cual rezumado aceite exprimido se engrosa en grandiosidad.
¿Por qué los hombres no reconocen su vara?
Generaciones lo han pisado, pisado, pisado;
y todo lo marchita el comercio, manchado y nublado el afán;
y viste el borrón del hombre y comparte el olor del hombre: pelado
está el terreno ahora y, calzado, el pie no lo puede notar.

Pero a pesar de todo, jamás la naturaleza se gasta;
allí vive la más preciosa lozanía muy dentro de las cosas;
y aunque la última luz deje el poniente oscurecido,
oh, en la orla del oriente surge la aurora:
porque el Espíritu Santo sobre el mundo torcido,
empolla con su cálido pecho y con, ah, fúlgidas alas.

 

 

PRIMAVERA

Nada es tan hermoso como la primavera
cuando las hierbas ruedan brotando exuberantes
cielitos bajos parecen los huevos de los zorzales
y el zorzal enjuaga y escurre el oído entre la madera
que le hace eco, y estremece, como un relámpago tiembla,
oírlo cantar; el follaje y las flores de cristalinos perales
cepillan el azul que desciende; ese azul está todo en su alcance
impetuoso; y correteantes corderos comparten la juerga.

¿Qué es todo este jugo, este juego, toda esa alegría?
Un rastro del dulce ser de la tierra en el principio
En el jardín del Edén.  Ten, toma, antes de que se tornen frías,
Antes de que se nublen y las agrie el pecado, Dios mío,
Inocencia y primavera en el muchacho y la chica,
Oh, hijo de virgen, sean tu elección y de alcanzarte dignos.

 

 

EN EL VALLE DE ELWY

Fueron buenos conmigo en esa casa,
lo sabe Dios, sin que lo mereciera;
un perfume alentaba allí al entrar
fresco, creo, de algún bosque fragante.
Aquel aire cordial los recubría
como el ala materna a la nidada,
o la templada noche al pan de abril,
o así lo parecía, y justo era.

Gratos bosques, praderas, aguas, navas,
todo cuanto engalana el aire en Gales.
Sólo no corresponde el huésped.  Dios,
que la balanza inclinas de las almas,
completa en lo que falla a tu criatura,
poderoso maestro, tierno padre.

 

 

EL MAR Y LA ALONDRA

En un oído y otro, dos ruidos demasiado antiguos para acabar
se atrincheran: a la derecha, la marea, acechando la costa;
inundando o cayendo, amortiguada o clamor,
frecuente allí mientras la luna se gasta y se agosta.

A la izquierda, en tierra, oigo que asciende la alondra,
su partitura que reparte renovada, rebobinada, cenital,
en torbellinos turbulentos que no estorban,
su nada queda música hasta que nada queda ya.

¡Cómo los dos avergüenzan a esta ciudad huera y frágil!
¡Cómo el derecho mitiga nuestro sórdido tiempo
con su pureza!  Orgullo de la vida y ciudada corona, casi

hemos perdido el canto y el encanto del pasado espléndido
de la tierra:  toda nuestra hechura se deshace, ágil
va el postrer polvo del hombre al lodo del hombre primero.

 

 

LA LINTERNA DEL EXTERIOR

A veces en la noche se mueve una linterna,
que atrae nuestra mirada.  ¿Quién va?, me interrogo.
¿De dónde y hacia dónde va, con todo
Este manto negro, esa luz que de él tiembla?

Pasan junto a mí hombres que brillante belleza
o molde o mente, o no sé qué más, marca insólitos:
lanzan contra nuestro aire espeso y cenagoso
radiante luz, hasta que la muerte o la distancia se los lleva.

La muerte o la distancia los consume enseguida.
Devanar lo que pueda ver después, estar en el final no consigo
Y lo que se pierde de vista se olvida.

Cristo no olvida, el interés de Cristo, para corregirlos
los mira, quiere de corazón, los cuida, el pie les guía,
su rescate, su prenda, el primer y último amigo.

 

 

AVE AL VIENTO

A Cristo Nuestro Señor

Sorprendí esta mañana la favorito de la mañana, delfín del reino de la luz del día,
el Halcón de alas de alba moteado que remontaba
el quieto aire del ondulado terreno abajo, y pasando por lo alto, ¡cómo se movía
en círculos bajo la rienda de una serpenteante ala
en su éxtasis!  Y luego hala, hala:  siguió balanceándose, como el talón de un patín se desplaza
suavemente en una curva: el lanzamiento y el deslizarse repelían
al gran viento.  Mi corazón, escondido, se estremecía
por un ave, su dominio y todo lo que alcanza.

Belleza bruta, y valor y acto, oh, aire, orgullo, penacho,
aquí ¡se abrochan!  Y el fuego que entonces surge de ti, mil millones de veces
es más encantador, harto más peligroso, ¡oh, mi caballero!

Y no es raro: un puro paso laborioso hace que el arado
en el surco brille, y brasas aceradas y azules, mi querido, ceden,
se tajan, sajan y rajan en un oro bermejo.

 

  

ABIGARRADA BELLEZA

Gloria a Dios por todo lo abigarrado;
por los cielos bicolores como una vaca berrenda,
por las motitas rosas que puntean a la trucha que nada,
cataratas de castaño de recientes brasas, alas de pinzones,
el paisaje parcelado y juntado, el aprisco, el barbecho y el arado,
y todos los oficios, sus aperos y arreos, sus adornos.

Todas las cosas contrarias, originales, singulares, extrañas;
todo lo voluble y con pecas (¿quién sabe cómo?)
con lo veloz, lo lento; con lo grato, lo agrio, con lo fulgurante, lo fosco;
de todo es padre, y su belleza no cambia:
alabadlo.

 

 

 

-Gerard Manley Hopkins
El mar y la alondra
Poesía selecta
Traducción al español de Antonio Rivero Taravillo
Vaso Roto ediciones.

https://americas.vasoroto.com/products/el-mar-y-la-alondra

 

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Gerard Manley Hopkins (Strafford, Londres, 1844 - Dublín, Irlanda, 1889). Es uno de los más influyentes poetas de la lengua inglesa. Sacerdote jesuita, su obra, ... LEER MÁS DEL AUTOR