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CONTRASEÑA
Vengo del fondo. Mis entrañas
son mi pasado. ¿Sabes tú dónde estoy?
Después de alcanzar la superficie intento
saltar desde su cumbre más alta a las estrellas.
Todo para llegar a ti muchacha de mirada boba
que después de tocar en la puerta del paraíso esperas
al ángel que antes de abrir requiere mi niña un nombre:
el verdadero el que aún ignoras. Conocer cómo me llamo
es averiguar cómo también te llamas. Y para conseguirlo
debes cerrar bien los ojos. Zambullirte en la profundidad
de tus pulmones. Y escuchar con suma atención quién soy
(enronquezco de tanto repetir mi nombre). Y al distinguir
la pureza de mi trino entre el jolgorio de los silbidos
podrás abrir los ojos elevar tu canto en el coro
y hasta entonces revelar quién eres.
UN PINTOR
En la hora que el ceibo recibe entre sus ramas
manso y bondadoso el sueño de las golondrinas:
una gaviota dando abrazos al aire esparce al infinito
su pecho blanco bajo la enorme nube negra. Mientras
la tormenta se acerca con gotas como pasos borrando
horizonte barco ola muelle y acuarela. Hasta alcanzar
al pintor que pincel en ristre y sin temor la espera.
TODO NOS MATA
Todo nos mata. Lo bueno y lo malo
están contra nosotros. Es otro el anhelo
del beso, falsa la bondadosa ingenuidad
del árbol y espejismo su sombra protectora
y su caricia de brisa. Una fila de impacientes
zarpazos guarda turnos. La muerte es la única
en apiadarse de todo cuanto queda en nosotros.
Y como un colibrí que solo con su pico toca
en el aire la flor, así ella tímida y última
pasa y apenas una sola vez nos roza.
ESPEJO
Treinta y tantas rondas de mi vida
están ya al otro lado, en el espejo. Y todavía
rompe en mi pecho la gota que a son de timbal
desborda arrebatado la noche al otro lado,
en el copón del alba. Donde me espero.
INVOCACIÓN A DÉDALO
No tengo estrella. Caigo fácil
sin amparo en cualquier trozo
de laberinto a oscuras y de allí
nadie me saca. Nadie me guía
al resplandor afuera en la acera.
No tengo cielo ni estrella alguna
ni talismán en el pecho ni fetiche
en mis bolsillos ni uso candorga
en mi cintura ni ángel que rehúya
todo trato o laurel y se comporte
a su altura y arriesgue sus plumas
por entrar al rescate y me levante
en vuelo con sus manos y aprisa
me lleve al lugar de donde viene.
EXILIO
Es éste el lugar del destierro
hasta morir. El sitio adonde fueron
expulsados. Aquí llegaron a darnos
esta mefistofélica espera, esta catarsis
contra la puerta por donde se escabulle
el llanto el perfume el salmo la estrella
y la saliva. Aquí todos rodaron ciegos
y desplumados. Y aquí caen todavía
con cada golpe seco de la escotilla
tras el peso de los condenados.
LIBERTAD
Algo se desprendió de todo.
Quedó en el asta el golpe del viento
en la bandera. Se descolgó la gota.
Voló el suspiro. Al fin el éxtasis
recuperó sus alas. Algo como un secreto
lágrima o estornudo– se liberó de todos.
Alguien al fin ha muerto.
LOS ZAPATOS SE ESCONDEN EN LO OBSCURO
Los zapatos se esconden en lo oscuro
y desde allí se ríen de nosotros. Lo advertí
claro esta mañana al despertarme y buscarlos
bajo la cama –su sitio predilecto. Al inclinarme
hasta ellos logré verlos de cerca (justo frente
a mis narices) con sus bocas en O a carcajadas
al acecho de mis tobillos sobre la alfombra.
NO ERES TÚ
En verdad no eres tú –aunque parezcas–
a quien apunta con su índice la palabra.
No eres tú por más que el azar concurra
y te lo creas. No lo eres. Ni nadie en este
mundo. Sólo aquel ángel que inadvertido
gusta conversar entre nosotros. Es su paso
entre nosotros el que sin apenas sospechar
señalamos. Aunque él alguna vez se sienta
descubierto al entrar y encontrarse de súbito
frente a unos ojos que al parecer dan cuenta
-pues lo tutean- de su presencia. Mas se trata
tan solo de un instante de vacilación angelical
del cual la deidad pronto vuelve en sí. Y ya sin
temor ni reparo aprovecha el chiste que en este
otro mundo cualquier cosa tiene y a carcajadas
se burla de nosotros en nuestras propias caras
y sin siquiera darnos cuenta en verdad de qué.
ÚLTIMO ADIÓS
Un lector que en la vía detiene el tren
de letras en un signo y allí hace pausa
y suspira. Incluso un hábil escritor que
a una coma le busca en la línea su lugar
pertinente o a un punto le señala el sitio
exacto en donde largo guardar el aliento:
¿podría alguno de ellos hallar en un libro
una frase capaz de hacer penetrar al lector
al más profundo –el último– de los sentidos
que todo texto –y más aún un verso– tiene?
Quizás una cita o, mejor, algún conjuro que
asegure su entrada al Edén y lo apunte al pie
de la página y lo memorice para no olvidarlo
y lo lleve listo en los labios como contraseña
o pase necesario para abrir ese día las puertas
del paraíso. Y ya allí antes de entrar volteará
con la palma de la mano agitándola con prisa
y alzada en jubilosa despedida. Con tal adiós
embadurnará con gusto y sin nostalgia la cara
lúgubre del vacío al mirar en el rostro del vate
el gusto anticipado por dejar pronto todo atrás.
SOLITARIO NARCISO
Si no existiera yo que tanto me admiro
no sé qué hubiera sido entonces de mí.
Me habría ahorcado bajo un madroño.
“Un poeta secreto y triste” –eso dirían–.
Mas no. Conmigo mismo me basto. Y
aunque usted lector no crea: me sobro.
ALOBORG
En la multitud y en el encuentro
somos testigos los unos de los otros.
Guardamos el rostro en los demás
a lo largo de las aceras alrededor
de las mesas y en el archivo interno
de las conversaciones. Del olvido
y el recuerdo de todos alguien más
nos recoge en pedazos y nos arma
y desarma de nuevo el nombre.