Álvaro Rivas

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CONTRASEÑA

 

Vengo del fondo. Mis entrañas

son mi pasado. ¿Sabes tú dónde estoy?

Después de alcanzar la superficie intento

saltar desde su cumbre más alta a las estrellas.

Todo para llegar a ti muchacha de mirada boba

que después de tocar en la puerta del paraíso esperas

al ángel que antes de abrir requiere mi niña un nombre:

el verdadero el que aún ignoras. Conocer cómo me llamo

es averiguar cómo también te llamas. Y para conseguirlo

debes cerrar bien los ojos. Zambullirte en la profundidad

de tus pulmones. Y escuchar con suma atención quién soy

(enronquezco de tanto repetir mi nombre). Y al distinguir

la pureza de mi trino entre el jolgorio de los silbidos

podrás abrir los ojos elevar tu canto en el coro

y hasta entonces revelar quién eres.

 

 

 

 

UN PINTOR

 

En la hora que el ceibo recibe entre sus ramas

manso y bondadoso el sueño de las golondrinas:

una gaviota dando abrazos al aire esparce al infinito

su pecho blanco bajo la enorme nube negra. Mientras

la tormenta se acerca con gotas como pasos borrando

horizonte barco ola muelle y acuarela. Hasta alcanzar

al pintor que pincel en ristre y sin temor la espera.

 

 

 

 

TODO NOS MATA

 

Todo nos mata. Lo bueno y lo malo

están contra nosotros. Es otro el anhelo

del beso, falsa la bondadosa ingenuidad

del árbol y espejismo su sombra protectora

y su caricia de brisa. Una fila de impacientes

zarpazos guarda turnos. La muerte es la única

en apiadarse de todo cuanto queda en nosotros.

Y como un colibrí que solo con su pico toca

en el aire la flor, así ella tímida y última

pasa y apenas una sola vez nos roza.

 

 

 

 

ESPEJO

 

Treinta y tantas rondas de mi vida

están ya al otro lado, en el espejo. Y todavía

rompe en mi pecho la gota que a son de timbal

desborda arrebatado la noche al otro lado,

en el copón del alba. Donde me espero.

 

 

 

 

INVOCACIÓN A DÉDALO

 

No tengo estrella. Caigo fácil

sin amparo en cualquier trozo

de laberinto a oscuras y de allí

nadie me saca. Nadie me guía

al resplandor afuera en la acera.

No tengo cielo ni estrella alguna

ni talismán en el pecho ni fetiche

en mis bolsillos ni uso candorga

en mi cintura ni ángel que rehúya

todo trato o laurel y se comporte

a su altura y arriesgue sus plumas

por entrar al rescate y me levante

en vuelo con sus manos y aprisa

me lleve al lugar de donde viene.

 

 

 

EXILIO

 

Es éste el lugar del destierro

hasta morir. El sitio adonde fueron

expulsados. Aquí llegaron a darnos

esta mefistofélica espera, esta catarsis

contra la puerta por donde se escabulle

el llanto el perfume el salmo la estrella

y la saliva. Aquí todos rodaron ciegos

y desplumados. Y aquí caen todavía

con cada golpe seco de la escotilla

tras el peso de los condenados.

 

 

 

 

LIBERTAD

 

Algo se desprendió de todo.

Quedó en el asta el golpe del viento

en la bandera. Se descolgó la gota.

Voló el suspiro. Al fin el éxtasis

recuperó sus alas. Algo como un secreto

lágrima o estornudo– se liberó de todos.

Alguien al fin ha muerto.

 

 

 

 

LOS ZAPATOS SE ESCONDEN EN LO OBSCURO

 

Los zapatos se esconden en lo oscuro

y desde allí se ríen de nosotros. Lo advertí

claro esta mañana al despertarme y buscarlos

bajo la cama –su sitio predilecto. Al inclinarme

hasta ellos logré verlos de cerca (justo frente

a mis narices) con sus bocas en O a carcajadas

al acecho de mis tobillos sobre la alfombra.

 

 

 

 

NO ERES TÚ

 

En verdad no eres tú –aunque parezcas–

a quien apunta con su índice la palabra.

No eres tú por más que el azar concurra

y te lo creas. No lo eres. Ni nadie en este

mundo. Sólo aquel ángel que inadvertido

gusta conversar entre nosotros. Es su paso

entre nosotros el que sin apenas sospechar

señalamos. Aunque él alguna vez se sienta

descubierto al entrar y encontrarse de súbito

frente a unos ojos que al parecer dan cuenta

-pues lo tutean- de su presencia. Mas se trata

tan solo de un instante de vacilación angelical

del cual la deidad pronto vuelve en sí. Y ya sin

temor ni reparo aprovecha el chiste que en este

otro mundo cualquier cosa tiene y a carcajadas

se burla de nosotros en nuestras propias caras

y sin siquiera darnos cuenta en verdad de qué.

 

 

 

 

ÚLTIMO ADIÓS

 

Un lector que en la vía detiene el tren

de letras en un signo y allí hace pausa

y suspira. Incluso un hábil escritor que

a una coma le busca en la línea su lugar

pertinente o a un punto le señala el sitio

exacto en donde largo guardar el aliento:

¿podría alguno de ellos hallar en un libro

una frase capaz de hacer penetrar al lector

al más profundo –el último– de los sentidos

que todo texto –y más aún un verso– tiene?

Quizás una cita o, mejor, algún conjuro que

asegure su entrada al Edén y lo apunte al pie

de la página y lo memorice para no olvidarlo

y lo lleve listo en los labios como contraseña

o pase necesario para abrir ese día las puertas

del paraíso. Y ya allí antes de entrar volteará

con la palma de la mano agitándola con prisa

y alzada en jubilosa despedida. Con tal adiós

embadurnará con gusto y sin nostalgia la cara

lúgubre del vacío al mirar en el rostro del vate

el gusto anticipado por dejar pronto todo atrás.

 

 

 

 

SOLITARIO NARCISO

 

Si no existiera yo que tanto me admiro

no sé qué hubiera sido entonces de mí.

Me habría ahorcado bajo un madroño.

“Un poeta secreto y triste” –eso dirían–.

Mas no. Conmigo mismo me basto. Y

aunque usted lector no crea: me sobro.

 

 

 

 

ALOBORG

 

En la multitud y en el encuentro

somos testigos los unos de los otros.

Guardamos el rostro en los demás

a lo largo de las aceras alrededor

de las mesas y en el archivo interno

de las conversaciones. Del olvido

y el recuerdo de todos alguien más

nos recoge en pedazos y nos arma

y desarma de nuevo el nombre.

 

Álvaro Rivas Granada, Nicaragua. Poeta y periodista. Mención Honorífica del Premio Internacional de Poesía Rubén Darío 1981. Premio a la excelencia ... LEER MÁS DEL AUTOR