Eduardo Galeano. Celebración de la desconfianza

 

Compartimos tres textos claves del gran escritor uruguayo pertenecientes a El libro de los abrazos.

 

 

Eduardo Galeano

 

Yo escribo para quienes no pueden leerme.
Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia,
no saben leer o no tienen con qué.
(E. G.)

 

 

Crónica de la ciudad de México

Medio siglo después del nacimiento de Superman en Nueva York, Superbarrio anda por las calles y las azoteas de la ciudad de México. El prestigioso norteamericano de acero, símbolo universal del poder, vive en una ciudad llamada Metrópoli. Superbarrio, cual mexicano de carne y hueso, héroe del pobrerío, vive en un suburbio llamado Nezahualcóyotl.

Superbarrio tiene barriga y piernas chuecas. Usa máscara roja y capa amarilla. No lucha contra momias, fantasmas ni vampiros. En una punta de la ciudad enfrenta a la policía y salva del desalojo a unos muertos de hambre; en la otra punta, al mismo tiempo, encabeza una manifestación por los derechos de la mujer o contra el envenenamiento del aire; y en el centro, mientras tanto, invade el Congreso Nacional y lanza una arenga denunciando las cochinadas del gobierno.

 

 

 

Celebración de la desconfianza

El primer día de clases, el profesor trajo un frasco enorme:
Esto está lleno de perfume -dijo a Miguel Brun y a los demás alumnos-. Quiero medir la percepción de cada uno de ustedes. A medida que vayan sintiendo el olor, levanten la mano.

Y destapó el frasco. Al ratito nomás, ya había dos manos levantadas, y luego cinco, diez, treinta, todas las manos levantadas.

¿Me permite abrir la ventana, profesor? -suplicó una alumna, mareada de tanto olor a perfume, y varias voces le hicieron eco. El fuerte aroma, que pesaba en el aire, ya se había hecho insoportable para todos.

Entonces el profesor mostró el frasco a los alumnos, uno por uno. El frasco estaba lleno de agua.

 

 

 

El parto

Tres días de parto y el hijo no salía:
-Tá trancado. El negrito tá trancado- dijo el hombre.
Él venía de un rancho perdido en los campos.
Y el médico fue.
Maletín en mano, bajo el sol del mediodía, el médico anduvo hacia la lejanía, hacia la soledad, donde todo parece cosa del jodido destino; y llegó y vio.
Después se lo contó a Gloria Galván:
-La mujer estaba en las últimas, pero todavía jadeaba y sudaba y tenía los ojos muy abiertos. A mí me faltaba experiencia en cosas así. Yo temblaba, estaba sin un criterio. Y es eso, cuando corrí la cobija, vi un brazo chiquitito asomando entre las piernas de la mujer.
El médico se dio cuenta de que el hombre había estado tirando. El bracito estaba despellejado y sin vida, un colgajo sucio de sangre seca, y el médico pensó: No hay nada que hacer.
Y sin embargo, quien sabe por qué, lo acarició. Rozó con el dedo índice aquella cosa inerte y al llegar a la manito, súbitamente la manito se cerró y le apretó el dedo con alma y vida.
Entonces el médico pidió que le hirvieran agua y se arremangó la camisa.