Como quien cruza las murallas de la poesía
Por Enrique Solinas
En un discurso preciso y claro, la poesía de Marialuz Albuja Bayas expresa, desde su condición femenina, el dolor de la experiencia del vivir. Esta experiencia revelada es cruda y natural, originada en lo profundo del corazón, al mismo tiempo que el sujeto de la enunciación intenta comprender el pasado, habitar el presente, para así proyectarse hacia el futuro. Por esta razón, muchas veces los enunciados saldan deudas, definen relaciones, responden mandatos arcaicos y se posicionan en una realidad que no es amable y a la que hay que enfrentar de cuerpo entero.
Especial para la Revista Altazor, presentamos estos siete poemas de Marialuz Albuja Bayas, una de las voces más destacadas de la poesía ecuatoriana contemporánea.
LES TEMO A LAS PALABRAS PORQUE NO ME SIRVEN
porque ignoro lo voraz lo prematuro.
Le temo a la llegada del poema
porque viene rodeado de ausencia
porque sus bordes quebradizos amenazan con desaparecer entre mis manos,
porque si lo miro, se deshoja.
¿Qué hiciste, madre, para llenarme de palabras?
¿Por qué no es posible el silencio?
Le temo al cuerpo que no entiende lo que digo,
a su lenguaje atroz le tengo miedo,
a la amenaza de una muerte que no me abandona:
pájaro revoloteando las naranjas de la carne,
golondrina que endulzará su lengua con mi néctar.
Aunque este cuerpo se parezca al tuyo, madre, seré hija hasta el final.
Hija mayor.
La primera en desgarrarte
y en dejarte
en el enorme graderío que no acaba, que no escribo.
Le temo al final del poema,
a la súbita desdicha en sus ojos,
a las imágenes mudas que aprietan su cuello
y agitan mi entorno que no logra desprenderse de ellas.
Le temo, madre, a tu angustia y a las palabras que me enseñaste
porque no son las que quiero.
TU CUERPO DESPEDAZADO DESEA QUE LO ACARICIES
como si fueras tu propia madre
la amiga enterrada
la hermana que nunca volvió.
Embriágate en la dulzura con que una muchacha te tuvo en su vientre
mientras la luna cabeceaba por detrás de la neblina
y a la distancia alguien, tal vez, encendía la radio.
Recuéstate bocarriba
(siempre fue hermoso el azul entrecortado por las copas de los árboles).
Recuerda esa voz que jamás te dejó de llamar
aun en los días amortiguados por las pastillas que curan la tristeza.
Detén la insistencia de las palabras.
Enciende tu luz.
NO VOLVERÉ A DESPEÑARME EN UN RÍO.
Levantaré una muralla y miraré su belleza de piedra.
De nada me serviría arrojarle un ladrillo a mi padre.
Ha de seguirme hasta la cueva donde levanto mi tienda.
He de encontrar el paraje que oculta sus miedos
desde que intenté clavarle un cuchillo por la espalda
desde que él despedazó mi guarida.
Cada piedra derrumbada por sus manos será la que ahora le falta.
Y la que a mí me falta.
Soy hija suya.
Mi mano ha tocado las tumbas de sus antepasados.
Él conoce ya los nombres de mi descendencia.
De nada valdría arrojarle un ladrillo en la frente.
De nada, que él me destruyera.
VEN A DECIR LO QUE SE TE ANTOJE
Insulta, grita, despierta a todos.
No temas desenmascararme
hace tiempo perdí la reputación.
Quisiera dormir para siempre
mas la curiosidad de escuchar lo que digas me tiene en pie.
Tu voz me ayuda a cruzar murallas cuando presiento la cercanía de lo perfecto.
Quisiera asumir la entereza de ser lo que soy
con el descaro de los que llegan a cualquier hora
sin importar hasta dónde ni cuándo.
Quisiera…
Pero agonizo al saber que en mi mano
estuviste.
PUDE HABER SIDO ULISES
Helena
Juan Bautista.
O esa mujer que baja despacito
abrazada a la canasta de penas.
O el payaso trapecista
con su caja de sorpresas.
O una loca de atar.
O un astillero.
O la Línea Equinoccial.
O algún planeta…
Pero me fue dado ser yo
y me estoy convirtiendo en serpiente.
TE ARROJARÉ AL CIELO MÁS SUCIO,
serás un papel arrugado
en esa isla de rascacielos
donde perdimos el hilo.
Serás un cartón de jugo
bajo la rueda del autobús…
Intentaré recogerte del polvo
y besaré tus heridas una por una.
Seré Magdalena, Verónica,
la que tú quieras.
Imprimirás en mis manos
tu cara desierta
y sabré que te has ido.
ANOCHECE Y ME ENTREGO,
quisiera atrapar con mis manos la China del Norte
sus restos fragmentados por la memoria
que no sabe cómo volver al portal
donde una joven asiática vendía bebidas frente a los sumideros de la ciudad.
La ciudad que detuve en fotografías
sin la locura de su realidad descomunal
sin el olor de sus esquinas inundadas de basura
sin el concierto de sus plazas y veredas.
Me entrego al velo de la nostalgia.
Una caricia de copos blancos me roza
como una nieve de fantasía cubriéndome los ojos.
Me dejo besar por las flores que caen.
Soy una flor estropeada por las lágrimas.
Llevo un anillo de bodas en la mano izquierda
pero me siento más sola que nunca.
Pedaleo entre los autobuses y miro mi sombra reflejada en el asfalto.
La veo fragmentarse sobre los bordes de las alcantarillas
y me pregunto quién se la traga.
Jamás podré ser como antes.
No escribiré ya las mismas palabras.
No leeré los mismos poemas en un libro
se me habrán extraviado entre las páginas
y otros ocuparán su lugar
como hay otra que ocupa mi cuerpo.
Debajo de la tierra descansa la intensidad que un día se me desbordó.
La busco en los transeúntes del Asia Lejana.
La sigo buscando este instante
perdida en la línea final de la noche.
De pronto amanece.
Y he vuelto a nacer.