Gustavo Solórzano-Alfaro

Fosa común y otros textos

 

 

 

 

Epigrama

¿Qué podemos enseñar
de la poesía cuando
de ella no sabemos nada?

Dibujar con la cicuta
un remedo de lamentos
o una estela iluminada.

 

 

Black Hole Sun
(Relectura del Eclesiastés)

Nacimos para conocer a Dios. Negamos su existencia, la importancia de las cosas. Sabemos que todo es vano. Nuestra insignificancia es nuestra primera revelación.

Mirar en lo profundo de un hoyo negro es como toparse por fin con el rostro de Dios, es decir, toparse por fin con la eternidad, es decir, comprobar la teoría absoluta de que somos de la muerte, de que somos polvo, de que somos nada.

 

 

Fosa común

Tuve una colección
de postales de México 86.
La enterré en el patio.
Tuve cajas de helados
repletas de bolinchas.
Las enterré en el patio.
Tuve un robot desarmable
que me trajo mi hermana.
Lo enterré en el patio.
Tuve decenas
de medallas que gané
en muchas competencias.
Las enterré en el patio.

A lo mejor,
si cavo muy profundo
en aquel patio,
pueda encontrar
mi corazón.

 

 

A la manera de Wang Wei imitando a Borges

No soy Wang Wei,
pero cómo quisiera serlo.

Quisiera escribir como él
poemas sencillos sobre un río
y que el libro se llamara así:
Poemas del río Wang.

Pero ¿qué es esta vanidad?
Si ya Wang Wei lo hizo
¿por qué habría yo
de pretender repetirlo
y agregar necedades
a una serie perfecta?

Quizá porque el río corre despacio
entre las montañas
y de los matorrales a su vera
nacen flores tristísimas
como disimuladas nubes
que pasan sin hacer ruido.

 

 

Fábula de una gallina

Intento poner mi contraseña. Incorrecta. Repito la operación varias veces hasta descubrir dónde estoy fallando. Y aun así vuelvo a poner una ‘c’ donde va una ‘v’, ahí dinde debo poner una ‘o’ puse una ‘i’. Me pasa desde siempre. Asumo que se debe a que aprendí a teclear como un pollo chueco, picoteando a ciegas. Jamás recibí lecciones de mecanografía. ¿Se puede ser disléxico en un medio mecánico y no cuando escribís a mano alzada?

Durante muchos años trabajé en un instituo. Sí, le faltó una ‘t’ durante un buen tiempo. Copiaba el encabezado de los exámenes y ahí se iba el error, repetido, constante, secreto. Hoy me sucede al despedirme en un correo: ‘salduos’, ‘Gsutavo’. Como estos errores se dan a diario, varias veces al día, los corrijo al instante. ¿Por qué cometo exactamente el mismo error, día con día? ¿Qué dice esto de mí?

Cuando le preguntaron a Tom Waits por qué cambiaba de instrumentos en cada disco, contestó –más o menos– que no le gustaba repetirse, que en un piano, las manos eran como unos cachorritos que iban siempre a los mismos lugares y en las mismas direcciones. Esto funciona en la música, donde los sonidos pueden surgir de miles de sitios y por tanto es necesario ensayar variaciones; y también funciona en la escritura, pero en esta última, también, a veces es indispensable la repetición, porque hay palabras que solo surgen del mismo gesto mecánico.

Como una gallina picoteo y picoteo letras, palabras, frases, oraciones, documentos, manuscritos, testamentos, folios interminables, enciclopedias. He desarrollado una velocidad medianamente funcional, una pose adecuada para mi puesto, una fachada para encubrir mis carencias.

El celular tampoco ha ayudado mucho. Con la izquierda sostengo el aparato (dícese del dispositivo electrónico), con el dedo gordo de la derecha tecleo estas palabras. Soy rápido, aunque esta rapidez incluye una cantidad enorme de dedazos. A veces el mismo error se repite por varios minutos. Veo la letra correcta, pero tecleo la de al lado. Siempre. La rapidez apenas disimula la incompetencia.

La escritura es un problema, el reporte de un fracaso, el estilo de un pollo chueco que no encuentra nunca la letra correcta, la palabra necesaria, hasta que se da por vencido y le da ‘Enviar’ a un correo sin destinatario y sin mensaje.

 

 

Variaciones culinarias sobre un tema de Zagajewski

Al principio usarás
muchos ingredientes.
Luego aprenderás que bastan
ajos y tomates.
Igual con una omelette. Empezarás
por agregar leche a los huevos, usarás
un batidor y una espátula. Después
llegará el milagro: no hace falta leche
y con un tenedor es suficiente.

Sucede igual con la poesía:
en tu juventud aspirarás
a construir catedrales y complicadas
metáforas. Empezarás
a envejecer y entonces sabrás
que basta con frases simples,
con palabras elementales,
de una o dos sílabas:
pan, sal, agua o casa.

 

Gustavo Solórzano-Alfaro Es un escritor costarricense nacido en la provincia de Alajuela en 1975, autor, entre otros libros, de Nadie que esté feliz escribe LEER MÁS DEL AUTOR