Busque una mujer que no venga de su propio corazón
Postal de la ciudad
Un paisaje de pequeñas victorias
el respirar de los árboles espanta los pericos de la tarde.
En el parque,
el olor de lluvia cuenta los 15 termos de café vendidos.
Un niño recién nacido llora en el paritorio,
en la sala contigua la mujer del legrado.
Al final de la noche se cuentan las derrotas
las heridas de las madres,
el vendedor sin vasos para el día siguiente.
Nadie ve el horizonte desteñirse en cada vida.
Suerte
Qué suerte ser Angélica,
planta medicinal afrodisíaca.
Qué suerte no ser Cortázar,
víctima de alguna caja china.
Qué suerte no ser Gates,
ícono económico de una ventana repetida.
Qué suerte no ser Dalí,
en la realidad de los ojos cortados por navajas.
Qué suerte no ser Chomsky,
esa competencia sumergida en el mundo.
Qué suerte ser Angélica,
caminar por mis calles silentes
arrastrando la música de una lata vacía.
Qué suerte ser Angélica,
vivir suspendida en el abismo minúsculo de este nombre.
Qué suerte sentir los golpes,
ver los moretones y la brisa que los toca.
Qué suerte morir para renacer en palabras no dichas.
Qué suerte contar soledades en gotas de lluvia.
Qué suerte ser otro humano,
con eso es suficiente.
Oleaje
No hay motivo
para que las olas
no dejen sus hondas heridas
en el agua.
Así se limpia el mar.
Después de la tormenta
saca la madera muerta,
renace desde el fondo.
De Hilos Sueltos (2014)
Carta de la bruja
Ya que tiene una casa
busque señor una mujer normal
y haga un hijo.
Manifiéstese en el vientre
la alianza nueva y eterna
que su vida necesita, siente cabeza.
Las mujeres como yo amamos mal,
somos resabiadas, salvajes,
no entendemos de cadenas
así haya hijos, compréndalo bien,
no podemos cuidar más que nuestras sombras.
Somos egoístas,
lectoras, implacables con nuestros aprendizajes,
desde niñas desdeñamos convenciones.
Busque una mujer normal,
de las que no cuestionan,
mudan la piel con dibujos nuevos,
y si se los tatúan es para recordar,
no para marcarse como vacas;
de las que no buscan una voz,
ni resuenan en la trashumancia.
Créame, son muchas.
Nosotras también las amamos a ellas,
pero no somos la que usted necesita.
Busque una mujer como la de Lot,
una que acepte el pronombre posesivo
una estatua de piedra.
No a Medea, no a Medusa, no a las brujas,
heredamos magia de nuestras abuelas.
Busque una mujer que no venga de su propio corazón,
que no rechace el misterio del reflejo suyo
engrandecido en el espejo,
que no tenga sed y hambre de vida.
Somos como piedras en el zapato,
hinchamos los dedos,
exigimos amarnos de igual a igual,
pedimos quemar hasta la ceniza como la damos,
somos cíclicas y cambiamos como las fases de la luna;
nos gusta hacer alquimia con el sexo,
amamos cada centímetro del pie
y usted se puede escandalizar con el deseo.
Busque una mujer que sea imposible de conquistar,
no una que lea en su alma
algo más allá del brillo de los ojos,
no una que duerma con usted en la primera cita
conmovida por la música que brota de su pecho.
Ella ve una pirámide que se enciende dentro suyo,
ella sabe que lo ha amado antes
y ahora lo vuelve a conocer.
Busque una mujer
cuyo nombre aparezca al lado suyo en la foto.
No aquellas que preferimos la intimidad
reservada de dos en un par de copas.
Busque una que no tenga preguntas,
que disimuladamente se haga la vida con usted,
como atrás, como esperando el permiso para respirar.
No una compañera para crear en el mundo,
no una para crear el mundo,
no una mujer gozosa y amante del barro,
no una que bebe a sorbos los caminos,
que ama sus demonios,
y los libera a pesar de usted.
Ahora que ya tiene casa
y si el ánimo persiste y las normales no le calzan,
ajústese el cinturón durante el vuelo.
Verá usted valiente
lo que es amar sin recetas, ni mujeres imaginarias.
Hágase responsable de su propia metamorfosis.
Ahí van dos, que no son uno
sino el múltiplo de lo humano
sobre la tierra nueva, habitando su raíz
según el ritmo del tambor que los lleva.
Si de terco la sigue buscando y se arrepiente,
suelte las plumas y cante clarito
con el sol entre el pico,
que ella también sabrá bailar a solas
o con otras mujeres y hombres salvajes.
¿Cómo nombrar este cuerpo?
Su corazón es el de un niño huérfano.
Un puñado de susurros llena el esternón
y las costillas de una mujer olvidada
en algún potrero de Ciudad de México o de Bogotá.
El cráneo que yace sobre la mesa de disección
no es el de Otelo.
Una anciana posa con una hendidura en el parietal
izquierdo; sus pómulos pronunciados preguntan:
“¿Quién regará mis romeros en la mañana?”.
Un adolescente presta el fémur
y la tibia aún sin clasificar.
Un caucásico dona las falanges de las manos
para completar el cuaderno del forense.
Pesa el aire de los muertos sin nombre.
Se levantan pidiendo arrullo:
“Todos los huesos hablan penan acusan
alzan torres contra el olvido”.
Los escucho como una madre cuando
lloran los hijos sobre su falda.
Exilio para los raros
Así somos los raros: solitarios,
delirantes y tercos como los toros.
Déjennos conjurados en la sílaba,
en los atardeceres,
en los eclipses,
somos ese caballo que corre por las avenidas.
Déjennos mirando perdidos hacia la semilla,
hacia los árboles y los pericos
que arraigan en las nubes.
Los raros, los miramos a ustedes
a los ojos y murmuramos su sangre,
el cotilleo no impide que fragüemos
sobre ustedes lo que hay de nosotros.
Déjennos, respetado público,
pues sus troncos recios nos incomodan,
nos sacan del agua turbia del sueño.
En el fondo de los raros arde el fuego
para la juntura, la revuelta,
la rareza nuestra
que es de ustedes, de los que vuelven,
de los que siempre están partiendo.
Otra vez aquí los raros,
—con nuestras serpientes y
nuestros hechizos—
solo a nosotros hacemos daño,
así en la tierra como en el cielo.
Este permanecer en la tierra (2020)