

Compartimos tres textos claves del mítico poeta mexicano nacido en Sonora.
Abigael Bohórquez
Los dulces nombres I
No bastó que el silencio confirmara
sus nervuradas mocedades.
Ni bastó que la luz enjazminase
sus pendulares
atributos.
Ni que hacia mí sus pasos condujeran
rastros de algún incendio.
Ni la invasión total de su hermosura
en las avasalladas soledades.
Ni su pelo feraz ya levemente mío.
Ni sus ojos tabaco
de eficaces instantes.
Ni el reclamo
de lo que en su cuadril ruiseñoreaba.
Faltaba el mar, sus cómplices azogues,
sus empujes vitales,
el júbilo hamacal de sus vaivenes;
y el mar, bramal y salitrado,
doncel entre la luz, llegó lamiendo
aquella flor de carne entre mis manos.
Yo estaba sobre la ácida blancura,
junto a la desnudez total, súbdito y amo
de aquel cuerpo de almendras y de limo.
Oh, niño de la siesta, oh tierno, oh mío.
Recuerdo que subía del suntuoso verano
la rama intensa del calor.
Oh, Mórbido.
Oh huracánido.
Y ardió a besos el mar
entrambasaguas,
entrambazarpas,
entrambaspiernas descrifrantes del fuego
y los saqueos de insaciables discordias,
como barcos tundidos que el mar hunde o levanta,
como leños que anega y transfigura
perseverantemente.
Plenario fue el amor. Enardecido
el goce diluvial, la punzadura
del cuerpo bienherido, servidumbre.
Y sentimos el mar y sus reclamos
mío también diciendo
entre las ondas vulneradas.
Ahora,
lenguante el mar, bramal y salitrado,
profundamente canta en la memoria,
canta, mientras la vida,
con revuelta marea
rejunta entre sus aguas las aguas de este olvido.
Todo tiene su precio.
Y he pagado
con vejez o con lágrimas
aquel amor perdido.
Los dulces nombres II
Para hacer este canto me bastó el mar. No siente.
Pero está. No lo sabe. Es.
Yo soy, yo siento, estoy, lo sé.
Sin ti.
Puede el mar empezar cada segundo su menester.
Pero tú -mientras cuelga del día, óptimo,
senecto cazador-
pasas, esplendes como el mar y no escuchas.
Eres. Pero sí sabes. Y nada más el mar…
No sientes.
Donde tú estás
simplemente no estás.
Eres aquí en el viento y viento eres.
Digo tu nombre que no sé.
Por salvarme de ti salgo a correr las islas,
y, de pronto, tu aroma, tan lejano,
va conmigo.
Está, sin ti, mi corazón vacío,
y me hundo, me hundo, y a donde voy no sé,
porque no eres.
Los dulces nombres III
Nada tuyo, ni mío, ni de nadie.
Morir no tiene mérito.
A echar las redes pues,
que hay alguien más que tú.
Díganme, ¿dónde?
Oh, pura nada, arena, arena.
Y el mar irremediablemente me basta. Está.
No siente.