Verónica Aranda

Desbandada

 

 

 

 

Ars poetica

 

El abuelo partía

piñones como un rito.

Una luz de pinar

transportaba, de pronto,

la palabra-corteza,

la palabra precisa

cuando rodea el tronco

y se hace savia,

lisura de camino nevado.

Antes de ser poema

o vuelo de faisanes.

 

 

 

 

Naturaleza muerta

 

Un tubo seco de pintura acrílica

de color blanco seda,

el libro abandonado en provenzal,

cangrejos disecados,

piñas,

mitades de granadas,

la luz entrando en el balcón

-yo diría, entreabierto-

para enfocar

la foto de bodas

de los antepasados,

su miedo detenido

una mañana de 1900.

 

 

 

 

Vuelo y frontera

 

En el pulmón del pájaro

está la orografía

de la aldea flotante,

sus lomas más remotas

y el apego a los juncos.

El miedo irracional

a escoger un vocablo,

arrancar su maleza

e incorporarlo al grito.

 

 

 

 

Desbandada

 

Queda tu nombre por el bambudal

y en la desbandada de pájaros de junio.

En aquel perfumero que guardé por codicia

y en las hendiduras de un verso alejandrino

detenido en la tarde de verano,

cuando llegan las madres sigilosas

con ramos de astromelias.

 

No he vuelto a entrar a los establos

donde te vislumbraba.

Hay un desplazamiento

en hilandera y mito.

Algo se ramifica

en cerezo y placenta.

 

Miro a las barqueras a los ojos.

Una aldea flotante,

amores a distancia.

 

Miro a las barqueras

remar hacia el abismo imaginario.

 

(De Humo de té. XXIX Premio Leonor de poesía)
Se publicará en 2021 por la Diputación Soria

 

 

 

Viento y nubes
(Gabriele Münter), 1911

 

No es un retiro idílico.

El viento en los cipreses

golpea las ventanas de la casa,

el suelo es inestable.

La huerta rojiza,

la montaña

parecen delineadas

desde el desasosiego.

 

Imagino a Münter

estudiando las nubes,

y a Kandinsky

fumando, meditabundo, en pipa.

 

Las pinceladas fuertes de magenta

delimitan las capas

de un verano intermedio.

 

Nadie sale al camino.

 

 

 

 

Les biches (Las ciervas)
(Marie Laurencin), 1923

 

La bailarina rusa

extiende las patas de la cierva.

Ella misma se extiende,

y en esa posición

de matices azules,

se adhiere a su muslo

una sirena atípica,

cabellos grises, ojos alargados.

 

Parecen levitar dentro del camerino,

escoltadas por ciervas

que tratan de saltar en diagonal.

 

La guitarra sin cuerdas

impide que la música

dialogue, curvilínea.

 

 

 

 

La giganta
(Leonora Carrington), 1946

 

La diosa lunar

nunca cazó unicornios.

Salen gansos salvajes

de su túnica roja,

donde bestias fantásticas conversan.

 

En el fondo marino

se multiplican los cangrejos,

algas, respiraciones de ballena;

todo se convulsiona

en busca de un diluvio universal

que aniquile el dolor.

 

¿Del huevo plateado que custodia,

brotarán rododendros?

 

 

 

 

The seasons
(Lee Krasner), 1957

 

Las estaciones se suceden

en su carnalidad, en cada fruto,

follaje, yema, vulva

o martín pescador.

 

Puede curvar el duelo

todo lo inevitable.

Puede descomponerse o madurar

en el verde rosado,

hacia la exuberancia.

 

Senos y riachuelos de pintura

forman ciclos fecundos.

 

 

 –(De Cobalto Oscuro, Cénlit ediciones, Navarra, 2020)

Verónica Aranda (Madrid, 1982). Es Máster en Filología Hispánica, poeta, traductora y fadista. Ha recibido los premios de poesía Antonio Oliver Belmás, ... LEER MÁS DEL AUTOR